Deshaciendo perezosamente maletas me doy cuenta de que ya es septiembre y de que se me ha terminado la tregua veraniega. Me había prometido no procrastinar, o sea, coser el botón ya y no dejarlo para luego; pero me he dado una pausa en verano ... porque he leído a algún coach que procrastinar en verano sí se puede, que en agosto se llama «descansar». Pero precisamente ahora tengo que escribir esto, así que lo de la lavadora lo dejo para otro rato.
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O sea, he descansado y hecho cosas insólitas como ver waterpolo femenino y taekwondo masculino; en el colmo del reposo me he quedado enganchada a una película alemana de la tele en la que el drama central era la marcha del maestro cervecero pero venía uno nuevo que se enamoraba de la hija rubia del propietario. Pero en cambio no he ido al cine a ver una de miedo porque no me atrevía a ir sola. Y no me he castigado por ello.
En el relajo estival he repasado exhaustivamente tiendas y llegado a la conclusión de que nunca me compraré un vestido sin bolsillos porque es práctico por un lado y estiloso, por otro, meter la mano en ellos. Me he parado en un parque a ver unas jaulas que eran «bufé libre para pequeñas aves» y he tonteado por supermercados desconocidos hasta descubrir que hay morcilla y champú sin gluten.
Pero ya me he alterado, ya ves, al oír noticias como que un 25% de varones de entre 18 y 26 años cree que en algunas circunstancias es mejor el autoritarismo que la democracia. Prefiero poner la lavadora.
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