Más que su color de piel, es el paso desorientado lo que descubre su condición de migrantes. Por atuendo y mochila, pasan por dos estudiantes ... más. En la Plaza San Juan de Irun, miran a babor y estribor en busca de que alguien acuda a marcarles el rumbo. Saben a dónde quieren ir, no por dónde se va.
Tienen por lema sus coordenadas: «Francia, Francia», responden como saludo. Proporcionan la información básica al interesarnos por su historia. Primero, sus nombres. Ante la dificultad de pronunciarlos, los escriben en el cuaderno que portamos. «TRAORE ABONBAK», pone el primero en mayúsculas. «Moussa Diakite», le sigue el otro en minúsculas. Salieron de Costa de Marfil «hace más de un año» y se limitan a contar las últimas etapas del viaje. «Venimos de Madrid en autobús y antes, de Tenerife en avión». Prefieren no entretenerse en describir el camino. Solo les interesa el destino. «Francia, Francia». Alcanzarlo cuanto antes.
La conversación llega a su mayor nivel de profundidad cuando Traore, erigido en portavoz del dúo, explica que «quiero ir a París porque allí está mi madre. Mi madre y su hermana. Nosotros dos no somos familia, somos amigos. Mi madre trabaja en París y yo quiero ir allí a estudiar. Tengo 17 años y él tiene 16».
Saben que somos periodistas –así se lo hemos hecho saber desde un inicio–, pero se dirigen a nosotros como rogando ayuda. Revelan los datos que consideran oportunos para recibirla, sin perderse en detalles innecesarios. Se impacientan con el paso del tiempo, se entienden con la mirada y cierran el grifo discursivo cuando entienden que su interlocutor no va a contribuir al único fin que persiguen: «Francia, Francia».
Al tercer minuto de conversación, Traore saca el teléfono móvil del bolsillo y escribe en un traductor. «Cruz Roja nos ha dicho que esperemos aquí y que nos darán indicaciones». ¿Cómo váis a pasar la frontera?, preguntamos. «No lo sé», se sincera.
Requerimos, cámara en mano, el documento gráfico para soportar sus testimonios en estas páginas y, de repente, parecen no entender la mezcla de inglés, francés y castellano empleada hasta ese momento. Irrumpe el silencio. No contestan. Se miran. Moussa niega con la cabeza. Le parece que el tema se está desviando del eslogan («Francia, Francia») y solicita prudencia al amigo. Este recurrre una vez más a su smartphone y se disculpa con un nuevo texto que teclea serio: «Solo queremos ir a Francia, tenemos miedo».
Han pasado la noche en el albergue de la Cruz Roja de Irun. Conocen la sigla roja de su largo periplo y se fían de ella. Aparecen, por fin, miembros de Irungo Harrera Sarea, se identifican y se los llevan a un espacio aislado de intromisiones para ofrecerles orientaciones que les puedan ser de ayuda a la hora de reemprender su odisea.
En las últimas semanas, coincidiendo con una relajación en el control ejercido por la gendarmería en la frontera, se ha reducido el número de migrantes que acude a este punto de auxilio y encauzamiento. «Entre ellos se corre la voz y sintiendo que tal vez no necesitan ayuda, se atreven a pasar directamente la muga por su cuenta», señalan desde la agrupación humanitaria.
A la charla entre el voluntario y los dos chicos se une un tercer migrante que no revela ni procedencia, ni destino. Nos pide, eso sí, a través del intermediario en quien confía, cambios de veinte euros. «Solo tiene este billete pero les recomendamos que viajen con billetes y monedas más pequeñas». Le ofrecemos el único trueque que podemos. Coge los dos billetes de diez y se dirige hacia la parada de autobuses.
Consejos sobre ropa y dinero
El consejo sobre el uso adecuado del dinero es solo un ejemplo de las recomendaciones transmitidas por esta red de voluntarios. «Les comunico que bajo mi punto de vista Francia no es para nada un lugar seguro para ellos, por cómo está allí considerado el fenómeno migratorio. Que otros destinos como Portugal son más recomendables». No obstante, es la sugerencia más subestimada. Lo tienen claro: «Francia, Francia. Mi madre».
Otro de los aspectos de advertencia tiene que ver con la vestimenta. Traore y Moussa van prácticamente igual de cintura hacia arriba. «Salta a la vista que las chaquetas que llevan se las han dado en la Cruz Roja en alguna de sus paradas anteriores. No conviene que vayan así en su viaje», explican desde Irungo Harrera Sarea. Por ello les ofrecen, entre otros servicios, pasar por el local donde tienen un ropero y pueden adquirir otras prendas.
Ellos no quieren perder tiempo. Solo quieren irse. Les empuja una hoja de ruta interior infranqueable, ni por los avisos de la gente que se encuentran en cada estación, mucho menos por pactos alcanzados entre partidos políticos para repartirse la tasa de menores extranjeros. El Consejo de Ministros aprobó el martes un decreto para modificar la ley de extranjería y establecer un reparto obligatorio entre las comunidades autónomas, con el que se pretende dar respuesta a la situación de los más de 5.500 niños y adolescentes que están retenidos en las islas Canarias. Tres de ellos pasaban ayer por Irun. Y detrás vendrán, en un goteo que no cesa, muchos más.
Según el acuerdo entre comunidades, Traore y Moussa deberían ser dos de los 88 menores migrantes que debieran ser alojados en recursos de Euskadi. Nada más lejos de su voluntad. «Solo queremos ir a Francia». Como ellos, la mayoría de sus compañeros de fatigas prefieren el norte. España ocupa, según datos publicados ayer por Eurostat, el cuarto puesto en el ranking de países que reciben más solicitudes de asilo por parte de menores no acompañados. Encabeza la lista Alemania, con 13.345 solicitudes en 2024. Le siguen Países Bajos (4.285) y Grecia (4.030). España recibió el año pasado 3.305. Francia, en octavo lugar, recibió 1.630 solicitudes de asilo.
Mientras las estadísticas reflejan una realidad objeto de debate político, las historias personales siguen dejando por Irun la huella del desequilibrio más injusto.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.