Tessfit era eritreo y tenía 21 años cuando el 18 de abril se quitó la vida a orillas del Bidasoa, en la zona de Azkenportu. Casi en el mismo punto, el 22 de mayo apareció flotando en el agua el cuerpo de Yaya Karamoko, costamarfileño ... de 28. El pasado domingo, el río bidasotarra se cobró la tercera muerte en menos de cuatro meses: el guineano Abdoulaye Koulibaly, que apenas había alcanzado los 18 años. Los tres no pudieron superar una frontera que cada mes tratan de franquear los entre 400 y 500 migrantes que llegan a Irun.
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Son los datos del registro que los integrantes de Irungo Harrera Sarea van actualizando día a día según les van tomando nota cada mañana en su oficina portátil en la plaza San Juan. «Habrá bastantes más que pasen directamente sin que hayamos tenido constancia», explica Ion Aranguren, uno de sus coordinadores, tras haber constatado cifras más elevadas en el albergue de acogida en Baiona que las anotadas en Irun. «Hubo un tiempo en el que recibían prácticamente el doble de los que habíamos visto aquí, aunque ahora la diferencia ya no es tan alta», conviene Josune Mendigutxia. «Si por aquí pasaban 100, allí se recibían 200», apostilla Aranguren.
Los registros de esta red de voluntarios son bastante aproximados a las cifras que esta semana ha facilitado el director de Migración y Asilo, Xabier Legarreta. Así, en lo que va de año, más de 4.100 personas en tránsito han utilizado los recursos asistenciales del Gobierno Vasco, con lo que se han superado ya los 3.943 contabilizados en 2020 -un año marcado por las fuertes restricciones de movilidad con motivo de la crisis sanitaria- y se está muy cerca de alcanzar los 4.244 de 2019. No todos se detienen a descansar en los recursos, como fue el caso de Tessfit, que no había sido atendido «en ninguno» de estos centros, según dijo la consejera de Políticas Sociales, Beatriz Artolazabal.
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Oskar Ortiz de Guinea
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«Constantemente están viniendo», afirma Mendigutxia, que anoche volvió a formar parte del grupo gautxori que acude a diario a la estación de autobuses de Irun para recibir a los posibles migrantes que llegan en los autobuses de las 22.00 y las 23.00 horas para guiarlos al albergue de Cruz roja en Hilanderas. Según señala, el viernes llegaron «22 hombres, 4 mujeres y dos menores» y anoche su red de contactos les había trasmitido una afluencia «similar».
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La mayoría de ellos, «alrededor del 90% son de Costa de Marfil, Malí y Guinea Conakry». Durante esta semana también han arribado a Gipuzkoa personas de Sierra Leona, Burkina Faso, Mauritania. Según aprecian, el perfil del migrante que pasa por ser un chaval de 21-23 años con ganas de vivir y buscarse la vida. La mayoría tienen entre 16 y 30 años, aunque también hemos visto de 40 y 50». Aunque sobre la edad siempre hay un velo de incertidumbre, dado que «muchos menores» se atribuyen más años de los que realmente tienen para ser considerados adultos y evitar así que alguna institución se vea obligada a protegerlos por su situación de vulnerabilidad, lo que alargaría el proceso de alcanzar el destino deseado. Este podría ser el caso de Koulibaly, dado que su tío, Mohamed Lamine Camara, precisó el viernes que «aún no había cumplido 18 años».
Para este verano, aún no ha sido requerido el plan de contingencia previsto por el Gobierno Vasco, que cuenta con más de 500 plazas al día -338 entre Irun y Bidasoa- pero solo se habilitará en el caso de que lleguen más de 100 personas el mismo día. En varios ocasiones se ha rondado esta cifra, pero por el momento no se ha alcanzado el centenar.
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Este dispositivo de camas incomoda a Irungo Harrera Sarea, que denuncia que «casi todos los días hay alguien que duerme en la calle pese a que tenemos esas 500 plazas adicionales y tampoco se llene Hilanderas», señala Aranguren. En este recurso «dependiente del Gobierno español», las razones por las que alguien puede encontrarse con que no le abren la puerta pueden ser varias: por haber pernoctado ya en una etapa anterior, por superar las tres o cuatro noches consideradas límite o por tratarse de 'dublinados', es decir, personas que han sido devueltas de otro país por haber pedido asilo en España. «O por no ducharse», agrega Mendigutxia: «El martes hubo tres que durmieron en la calle, y uno fue porque le dijeron que se duchara y no quería por la razón que fuera». «A veces -agradecen- flexibilizan las normas».
Como reivindicación general, pretenden que «no nos quede la duda de que alguien ha podido lanzarse al río por verse desesperado por no poder pasar una frontera o porque sabe que esa noche va a dormir en la calle». Esa incertidumbre les ha quedado con Koulibaly. «Una persona que se ha jugado el pellejo en una balsa de plástico para cruzar el mar -19 días estuvo en el agua un migrante de los que ha pasado esta semana en Irun-, si ve que no le dejan pasar la frontera y que Francia está a 50 metros, no se asusta por ver un río. Pero si se lanza no es porque él lo haya elegido, sino porque le han obligado a hacerlo».
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