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Pedro Mari Ramírez no hablaba mucho ni de su trabajo ni de su enfermedad. Pero en un viaje le hizo una confesión a su hijo Javier. Ahora resultan muy reveladoras aquellas palabras: «Me comentó que en un momento en la fábrica se quedaron sin placas de amianto y tuvo que ir hasta Tafalla con su coche y traerlas a Beasain», cuenta sobre la anécdota de su padre que no hizo más que trabajar desde los 14 años «hasta que se jubiló».
El pasado agosto es un mes que quedará marcado para siempre en la memoria de su familia: «Es cuando comenzó con los problemas. No podía respirar», relata Javier. «Le empezaron a hacer las pruebas pertinentes y en la biopsia ciega todo daba a entender que era un mesotelioma», cuenta. Tras estas primeras pruebas llegó una segunda biopsia en la que se confirmó el peor de los diagnósticos: «Tenía cáncer de pleura». En agosto los médicos le dieron un año de esperanza de vida. Falleció a los cuatro meses a los 79 años.
A pesar de todo, a Javier no le ha quedado un mal recuerdo de la enfermedad de su padre. «No tuvo en ningún momento un sentimiento de tristeza o agonía. Al final tanto los hijos como los nietos vamos a tener un buen recuerdo de su final», se congratula. Peor es el sentimiento que le nace cuando habla de las empresas y sus medidas de seguridad frente al amianto: «Hay informes de mediados de los años 50 en los que se informa de que el amianto es cancerígeno, y aún y todo se siguió utilizando. Por ello, hay que visibilizarlo porque hay países en los que no está prohibido y se sigue fabricando», se indigna. Cuando su padre enfermó comenzaron la lucha para que le mejoraran la pensión, ahora batallan para que su madre tenga una mejor pensión de viudedad. Otra lucha añadida a la enfermedad.
Eli Barbero Hija de Guillemo Barbero
«De pequeña recuerdo que mi padre disfrutaba mucho con su trabajo. Me acuerdo cuando fui a buscarle una vez de noche. Salió de trabajar negro como un tizón. Luego se iba al vestuario y salía tan contento, alegre, dándonos besos y abrazos». Eli Barbero ni se imaginaba entonces que aquella imagen de su padre después de una jornada laboral cambiaría de significado de manera radical años después. Guillermo trabajaba en mantenimiento. «Se metía en los hornos y nos contaba que había estado en un espacio como una silla. Todo aquello estaba forrado de amianto», se lamenta.
Una neumonía fue el aviso de lo que tenía Guillermo. «Empezaron a hacerle pruebas y nos dijeron que tenía cáncer de pulmón. Le dieron quimio, parecía que iba a mejor pero en agosto nos dijeron que tenía metástasis. Le agarró en los huesos», subraya. «Se ahogaba mucho. En octubre ingresó muy malo. Tenía un pulmón seco», repite. Falleció el día 28 a los 71 años. A Eli se le han quedado momentos de su padre grabados a fuego. «Una noche me agarró de la mano y me dijo: 'Hija, no quiero dormir porque igual no despierto'», relata entre sollozos.
Eli se siente orgullosa de su padre cuando le cuentan que sacaba fuerzas de donde no tenía para que le viera bien: «Un viernes le llamé y le dije 'aita voy contigo, voy a verte'. Me contestó 'nos vemos el domingo'. Esa misma noche falleció».
Amaia Ochoa de Alda Hija de José María Ochoa de Alda
Amaia Ochoa de Alda notaba que tras la pandemia a su padre le costaba más andar y estaba más torpe. «Se lo achacábamos a la edad y a la muerte repentina de una hermana nuestra», dice. Pero a finales de 2022 se dieron de bruces con la realidad. Tuvieron que ingresar a su padre José María. Es allí cuando los médicos vieron que tenía unos nódulos en el pulmón. El amianto le dio una cornada veinte años después de haberse jubilado en 2002. «No sabíamos nada de que el aita había trabajado con amianto. Él nunca nos dijo nada», cuenta.
Fueron los médicos que trataron a José María quienes pusieron a la familia sobre la pista. «Cuando fuimos y les preguntamos cómo estaba la cosa, enseguida nos preguntaron dónde había trabajado mi padre. Es cuando nos dijeron que había enfermado trabajando», sigue su relato. Con el diagnóstico en la mano, los primero fue llamar a Jesús Uzkudun, miembro de la Asociación de Víctimas del Amianto de Euskadi (Asviamie). «Enseguida pusimos en marcha el protocolo de sospecha de que había estado trabajando con amianto», comenta. «Desde Osalan le llegaron a hacer una entrevista. En el informe de su resonancia salió que tenía asbestos en los pulmones, una palabra que nunca había oído», admite.
Con el informe favorable de Osalan pudieron reconocer la enfermedad laboral de José María. Pero no tiene a quién reclamar porque la empresa se encuentra en concurso de acreedores. Pero Amaia quiere dar la cara también por los compañeros de su padre: «Quiero que la gente que trabajó con él sepa lo que ha pasado y se vigilen. Es una oportunidad para que esa gente se pueda hacer revisiones», concluye.
Amparo Mínguez Viuda de Andrés García Casillas
El calvario comenzó en Semana Santa. «No paraba de vomitar. Él no quería ir al médico. Nuestra hija le insistió, le pusieron un tratamiento pero no hacía más que perder kilos». Ya era demasiado tarde. Andrés tenía un adenocarcinoma pulmonar que «le cogió todo. Hasta los huesos». Amparo mantiene fresca en su memoria la última semana del pintxo de bacalao de Hernani. «Salimos cuatro días. Él sabía que se estaba muriendo pero fue el hombre más feliz», relata con las manos temblorosas al recordar las fuerzas de flaqueza que sacó Andrés. «Era un enfermo fabuloso», sentencia antes de contar que uno de sus últimos deseos fue «pasear por las calle Mayor. 'Es la última vez que la veré'», me dijo.
Amparo sospecha que los problemas en la vesícula que sufrió Carlos años antes se debían al amianto «pero los médicos no dicen nada de eso. Ni han mirado su historial», se lamenta. «Es una injusticia que trabajaran como animales para sacar una empresa adelante y fallecieran por enfermar allí», recuerda. El 17 de noviembre por la mañana «se encontraba malito. Llamamos a la asistencia. Me dijo que tenía frío y le puse una manta. Se quedó dormido y falleció», cuenta con entereza.
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