«Eso es normal». Nunca una frase tan sencilla unió tanto a un grupo y, si no, que se lo pregunten a Edurne Lamuedra Rodríguez, Jaione Zabalo Juantorena, Esther Riaño Zabaleta, Izaskun Iparragirre Baleztena y Edurne Mutuberria Estanga. Todas ellas son mujeres que han padecido ... un cáncer de mama y saben lo que supone afrontar las malas noticias de su pronóstico, su tratamiento, la eterna espera de los resultados de las pruebas, los efectos secundarios... Decenas de incertidumbres que les han unido en uno de los momentos más difíciles de su vida, si no el que más, y en el que «nadie te entiende mejor que otra persona que está viviendo o recientemente ha experimentado lo mismo. Es el mejor apoyo que te puedes encontrar, porque no estás condicionada o no te sientes juzgada al preguntar sobre lo que sientes. Lo que menos te hace falta es que te hagan sentir que preguntas algo obvio o una tontería cuando para ti, en ese momento, supone tanto».
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Compartir sus dudas, sus miedos, sus alegrías... ha derivado en un grupo que nació a partir de la experiencia de una donostiarra y que ahora protagoniza un vídeo en el que relatan su proceso con la enfermedad. Además, estas vecinas de Leitza han creado una asociación bajo el nombre '2ZI'. En resumen, no paran porque, como dicen, «queremos vivir día a día» y siguiendo el consejo de su ginecóloga «con los pies en el suelo», aunque les diga «estoy contenta» al ver los resultados.
Edurne Lamuedra Rodríguez 48 años
La donostiarra Edurne Lamuedra es la primera de esta cadena de mujeres que comenzó a compartir sus vivencias tras haberle sido diagnosticada la enfermedad en 2018. Edurne, afincada en Leitza desde hace más de una década, comenzó a tejer la red en la que sus amigas se sentían protegidas cuando creían estar a punto de derrumbarse por la enfermedad y los miedos que conlleva el tratamiento. «Todo comenzó de manera espontánea, cuando les diagnosticaron el cáncer a las demás. Sabían que yo llevaba ya un tiempo padeciéndolo y acudían a mí cuando tenían cualquier cuestión. Querían saber si a mí me había pasado lo mismo o había sufrido lo que les estaba ocurriendo en ese momento». La información de enferma a enferma les llegaba al momento y eso reconfortaba a todas. «Se da la circunstancia de que nuestros hijos (los de las dos Edurne y Esther) estudian en el mismo curso y clase, por lo que nos veíamos en la entrada o salida y siempre compartíamos nuestros temores, avances, suposiciones...». Posteriormente surgió el grupo de Whatsapp que tantos mensajes ha sostenido y tantos secretos silencia. Esa es la cara solidaria de este grupo de mujeres que con menos de 50 años vieron truncadas sus vidas.
En el caso de Edurne tuvieron que enfrentarse a un diagnóstico negativo por partida doble. «La primera vez que me diagnosticaron el cáncer fue en 2018. Estábamos de vacaciones y, al salir de la ducha, enseguida vi que tenía un bulto en uno de los pechos. No dije nada a nadie y esperé hasta regresar a casa para pedir cita en el centro de salud y allí mi médico de cabecera me confirmó que efectivamente era un bulto y había que analizarlo».
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Elisa Belauntzaran
Fue el inicio de un largo camino en el que Edurne ha vivido días malos, muy malos y también buenos. «Desde el principio supe que el bulto no era bueno. La verdad es que no fue fácil asumir el diagnóstico, ni el proceso del tratamiento. En mi caso me extirparon un pecho y para mí fue muy traumático». Lamuedra reconoce que «la recuperación de la operación fue dura. Primero porque necesité la ayuda de mi marido e incluso de mi hijo, que con 9-10 años me ayudaba en todo cuando su padre no estaba en casa. Se invirtieron los papeles, porque Beñat me ayuda a ponerme la ropa, a atarme las zapatillas, a cuidar a su hermano de 3 años... Porque yo no podía y la idea de que no estaba cumpliendo el papel de madre con mis hijos estaba todo el rato en mi cabeza con un peso de culpabilidad muy grande». Edurne recuerda otro aspecto que le costaba gestionar en ese momento, y es que «me quitaron el pecho y yo me veía amorfa. Sentía que había perdido toda la feminidad y no veía más que bultos en todas partes. Para superarlo necesité ayuda psicológica e, incluso, me realicé una reducción del otro pecho, porque a mí no me gustaba mi cuerpo cuando lo veía en el espejo». Aspecto que Lamuedra ha trabajado mucho hasta llegar a superarlo y afrontar con ilusión la vida nuevamente. Pero «en 2021, en una revisión me volvieron a detectar un bulto en un hueso y enseguida comenzó de nuevo todo el proceso». A pesar de todo, la donostiarra continúa en su lucha personal e incluso se ha sumergido en el proyecto '2zi'.
Izaskun Iparragirre Baleztena 49 años
El cáncer hizo que Izaskun Iparragirre se centrara en su lado creativo y comenzara a diseñar complementos como pendientes bajo la marca '2zi', que ha pasado a ser el nombre que las cinco 'amigas de enfermedad' han creado. La vida de Izaskun cambió un 3 de noviembre de hace tres años. Esa fecha está marcada a fuego en su mente. La leitzarra relata que tras acudir a una prueba porque tenía unos bultos de grasa, «en la mamografía que me realizaron apareció otro pequeño bulto». Recuerda que «un por si acaso» llevó a descubrir el 'pequeño tumor'. Días después recibió una llamada telefónica de su ginecóloga que confirmó sus presagios más negativos al recibir la noticia de que la prueba que le habían realizado, revelaba que «era un turno maligno. En ese momento, estaba sola en casa y lo único que me venía a la cabeza era: ¿y ahora qué va a pasar?». Mil dudas y cuestiones inundaron su mente, pero «no me dieron más información en ese momento y pasaron dos meses hasta que le pusieron nombre y apellido a 'mi bulto'». Un momento muy esperado y que a Izaskun le supuso una liberación porque «hasta entonces no sabía si estaba en la primera o en la última fase de la enfermedad». Sintió que su vida se paraba. «De acudir a la ginecóloga por unos bultos de grasa pasé a descubrir que tenía cáncer de mama. La espera fue eterna porque estaba pendiente de que me realizaran una resonancia cuando me bajara la regla y el susto me alteró todo y eso alargó el proceso». Después llegaron dos operaciones. «En principio iba a ser una intervención, pero hubo una segunda porque todo no se limpió bien». Veinte sesiones de radio y un tratamiento hormonal fueron los siguientes pasos de su tratamiento. Izaskun destaca que lo peor de su vivencia con el cáncer de mama «fue la espera a que me dijeran qué era y cómo iban a combatir la enfermedad». Ese desconocimiento e incertidumbre generó en ella «miedo, mucho miedo porque inconscientemente la palabra muerte aparece, aunque sepas que hay cura». La leitzarra reconoce que ahora, tras haber pasado «un proceso de aceptación», puede hablar con «naturalidad» de una enfermedad que en su familia nadie había sufrido. «Pocos meses antes falleció mi abuela a los 99 años, a punto de cumplir los cien, y soy la nieta que ha heredado sus ojos azules y pensé: soy la única que los ha heredado y voy a palmar la primera. ¡Podía haber heredado su buena salud!».
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Transmitir su enfermedad a su pareja, hijos, hermanas, familiares y amigos le ayudó a vivir el proceso. Tuvo claro desde el principio que era importante «generar un ambiente positivo, empezando por el lenguaje. En lugar de decir cáncer hablar del bulto y que los mensajes fueran lo más positivos posibles», aunque no olvida el momento en el que se lo contó a sus hijos y cómo uno de ellos le preguntó «es un bulto, pero es cáncer, ¿no?»; o cuando se lo dijo a sus padres siendo consciente de que su madre estaba a la espera de ser sometida a una intervención quirúrgica de corazón «y lo que más me preocupaba era cómo se lo iba a decir, sobre todo porque no tenía información y lo único que le podía decir en ese momento era que el tumor era malo». Pero siguió con su actitud positiva «y se lo dije todo muy bien, bonito, y eso ayudó a la hora de escucharlo, en su caso, y de decirlo, en el mío».
Edurne Mutuberria Estanga 42 años
La preocupación por cómo comunicar la enfermedad a los seres más cercanos también preocupó mucho a Edurne Mutuberria. Madre de dos niños de 10 y 12 años, «solo pensaba en ellos, eran muy pequeños. Tan solo tenían 5 y 7 años». La doneztebarra afincada en Ezkurra reconoce que «nunca te imaginas que con 37 años vas a sufrir un cáncer de mama». La noticia cayó como un jarro de agua fría a Mutuberria, sobre todo cuando la ginecóloga «me dijo que era un melanoma, pero a mí me gusta llamarlo cáncer. Escuchar la palabra cáncer hizo que desconectara de todo lo demás. A partir de ese momento no escuché nada. Joseba, mi marido, se encargó después de contarme el proceso que debía seguir». De la abrumadora catarata de informaciones iniciales recuerda que el porcentaje de supervivencia a su tipo de cáncer era del 94%. «'Malo es que tú seas del 6%', me dijo la ginecóloga». Edurne repite el dato emocionada, mientras continúa con su relato, en el que destaca que «después llegaron un montón de pruebas y las intervenciones».
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En la primera de ellas «me quitaron un pecho completamente para erradicar la enfermedad de cuajo. Me quitaron los ganglios, después comencé la quimio, y más tarde la radio». En cuestión de un mes pasó de conocer la noticia a ser operada. Dos después, a recibir la quimioterapia. «Todo fue muy rápido y la verdad es que no te da tiempo a asumir muchas cosas. Tienes tiempo para pensar mucho, porque dejé de trabajar y al tener hijos pequeños decidí regresar a casa de mis padres para recuperarme. Mi marido se encargaba de todo». Su vida dio un vuelco durante el tratamiento y recuperación, «pero tenía claro que tenía que luchar por estar bien, por curarme, porque lo único que quería era ver crecer a mis hijos». Unos niños que acudían todos los días a visitar a su madre y «comprendieron que necesitaba cuidarme. Se dieron cuenta enseguida de que me faltaba un pecho y el pequeño me preguntó: '¿Qué te ha pasado? ¿Dónde está tu pecho?' Le expliqué que estaba enfermo y que me lo habían quitado, pero que cuando se cure me lo volverían a poner. Todavía hoy sigue preguntándome cuándo me lo van a poner».
La reconstrucción mamaria es una cuestión que generó a Mutuberria sentimientos encontrados. «En este momento tengo claro que no me voy a someter a una reconstrucción. He aceptado mi cuerpo tal y como es ahora. Es un proceso duro, porque tienes que asumir el cambio que supone y la mutilación de una parte de tu cuerpo, pero una vez que lo aceptas pasa a ser secundario, al menos en mi caso. Te centras en otras cosas, que hay luz después del túnel, y aunque continúo con el tratamiento porque ha reaparecido, sigo luchando con el gran apoyo de mi marido. Mi objetivo sigue siendo el mismo: ver crecer a mis hijos y egoístamente solo pienso en cuándo va a acabar esto», asegura.
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Edurne contagia su actitud positiva mientras relata que «lo peor de todo esto en estos momentos es ser menopáusica con 42 años. Mientras ves a tus amigas divinas, tú estás sufriendo unos sofocos increíbles porque sudas sin control. Pero también pienso que todo esto es para ver crecer a mis hijos».
Jaione Zabalo Juantorena 50 años
El sueño de Edurne Mutuberria o su manera de afrontar la enfermedad sirvió de impulso en muchas ocasiones a su vecina, Jaione Zabalo. «Cuando me detectaron el cáncer de mama y todavía no lo sabía nadie en nuestro pueblo, veía cómo Edurne jugaba en el frontón con sus hijos y pensaba: 'Si ella ha conseguido hacer una vida normal, yo también voy a lograrlo'». Zabalo descubrió un día que uno de sus pezones había desaparecido e intuyó «que tenía cáncer de mama. Una de mis primas lo había padecido y nos contó que había empezado de la misma manera». La ezkurrarra no dudó en acudir a su médico de cabecera, que no consideró necesario que fuera a realizarse las pruebas pertinentes. «Lo tenía muy claro desde el principio y después de pedírselo y no lograr que me enviara al especialista, acudí por mi cuenta a un especialista. En cuanto me vio me dijo que llegaba con claras señales de alerta y ahí comenzó todo el proceso: biopsia, tratamiento, extirpación...».
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A sus 50 años, y tras una vida en la que la salud no ha sido su mejor aliada, ya que ha padecido desde niña numerosas operaciones por un problema de espalda, Zabalo reconoce que «esta enfermedad me ha enseñado mucho y ahora que estoy bien, puedo verbalizar o hablar muchas cosas, porque llegar hasta aquí no ha sido fácil. Para mí ha sido una prueba de amor muy dura. No podía contárselo a mi madre de 93 años, pero que mi marido y mis hijos hayan estado a mi lado en todo el proceso ha sido algo enriquecedor. Además, uno de mis hijos estaba allí cuando me lo dijeron y guardó el secreto durante mucho tiempo sin decírselo a su otro hermano. Fue mi cómplice», rememora.
Esther Riaño Zabaleta 44 años
Su amplia sonrisa muestra la actitud positiva de Esther Riaño Zabaleta ante el cáncer de mama que ha padecido. «Me encontraba muy bien y si no hubiese sido porque tenía un bulto que sentía muy duro entre los dos pechos, no hubiera ido al médico. Nadie en mi familia lo había padecido antes». Cuenta que de manera casual se detectó ella misma el pequeño bulto y, tras acudir al centro de salud, se puso en marcha todo el protocolo. «La ginecóloga enseguida me envió a realizarme las pruebas, pero la verdad es que desde el principio sospeché que iba a ser malo. Cuando regresé a la consulta me confirmó lo que ya suponía», sostiene. Riaño asegura que desde el principio tuvo la información necesaria y aunque reconoce que «fue un shock para mí», la ginecóloga «me explicó perfectamente lo que iba a pasar y afronté con una actitud positiva lo que me venía. Mi marido y mi madre lo gestionaron peor».
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Hablar con Lamuedra y Mutuberria casi a diario le ayudó mucho. «Nos veíamos casi todos los días y estaba bastante informada y al día de los efectos de operaciones, tratamientos... Para mí fue muy importante compartir cada momento de la enfermedad con otras enfermas de cáncer, porque lo demás lo tienes que gestionar y vivir tú en tu casa. Ese apoyo mutuo es clave».
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