![El donostiarra de 56 años que sufrió un infarto en el Cine Trueba agradece a los médicos, al ertzaina y al cine la ayuda prestada](https://s3.ppllstatics.com/diariovasco/www/multimedia/201911/05/media/cortadas/trueba-U30953722120FqD-U90597111476Ud-624x385@Diario%20Vasco-DiarioVasco.jpg)
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Han pasado cuatro días desde que la vida le diera un susto a F.I., el hombre de 56 años que sufrió un infarto en el cine Trueba de San Sebastián. Hoy todavía sigue recuperándose en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Donostia, ... donde ha recibido la visita de uno de los sanitarios que le ayudaron. Junto a él, en las horas en las que se permite la visita de los familiares, se encuentra su pareja, que prefiere mantener el anonimato. Aún con el susto en el cuerpo da las gracias a los tres médicos y al ertzaina fuera de servicio que le salvaron la vida y cuenta cómo vivieron esos momentos.
«La sala estaba llena y nos tuvimos que poner en una de las filas delanteras. Yo me senté junto la pared y F. a mi lado. Nada más entrar y acomodarnos me comentó '¿ya va a haber oxígeno para todos?», cuenta. En los 132 minutos que dura la cinta que ganó la Palma de Oro al mejor largometraje en Cannes 2019 el afectado «no dijo en ningún momento que se encontraba mal, pero es que en un cine tampoco te pones a hablar con nadie». A posteriori, según le ha contado su pareja, «sí que tuvo dolores durante la película, pero tampoco sabía muy bien qué era. Llega una edad en la que te duele todo y no piensas en que es un infarto».
A sus 56 años, este hombre «no había tenido nunca problemas de corazón». En la gran pantalla, mientras llegaba casi a su fin la película 'Parasite', F.I. empezó a ladear la cabeza hacia el lado donde se encontraba su pareja, quien no le dio ninguna importancia. «A los pocos segundos hizo un ruido raro, una especie de 'pffff', pero pensé que era por aburrimiento o porque no le había gustado esa escena», explica y prosigue. «Pero al momento volvió a hacer lo mismo y entonces le miré y es cuando me di cuenta que tenía los ojos en blanco». En esos segundos de incertidumbre, en los que la mayoría de las personas se ponen nerviosas y no saben cómo reaccionar, la pareja del afectado, que ya había vivido situaciones de tensión y estrés tras haber trabajado en el hogar del transeúnte, actuó «de manera rápida y fría» y salió «corriendo a pedir ayuda. Estaba todo oscuro y no sé cómo pude salir de entre los asientos pero llegué hasta la taquilla para pedirles que llamaran a una ambulancia», relata.
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A partir de ahí los recuerdos son confusos. «Empezó a acercarse un montón de gente y enseguida se pusieron a hacerle un masaje cardiaco». En ese momento en el que se encendieron las luces, vio cómo varias personas pedían «sitio y aire» mientras trataban de reanimarle. Obedecieron y los tres médicos que se encontraban en la sala y con los que este periódico no ha podido contactar atendieron al paciente. «De repente apareció un chico, que yo no sabía quién era, con un desfibrilador en la mano. Fue clave porque de no haberlo traído se habría muerto», explica.
Echando la vista atrás y con la perspectiva que da el paso de unos días, este donostiarra tiene claro que «se dieron un cúmulo de casualidades». En primer lugar porque había varios médicos en la sala que sabían cuál era la manera de actuar. Y en segundo, porque el chico, que luego ha sabido que era un ertzaina, actuó con rapidez y fue a buscar el desfibrilador. «La vida es así, a veces, las casualidades se ponen en contra y otras a favor. Afortunadamente, el sábado fueron a favor», reflexiona al otro lado del teléfono.
Apenas unos minutos después de haber puesto en marcha el desfibrilador, F.I. «estaba descolocado. No sabía dónde estábamos y me lo preguntaba a mí, pero ya era coherente en lo que decía».
La recuperación será paulatina. «Ayer se levantó de la cama y se sentó en una silla», se congratula. «Ahora, toca cambiar algunos hábitos, empezar a hacer un poco de ejercicio y recuperarse del todo», concluye y vuelve a agradecer a los que les ayudaron el sábado.
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