La Verdad es revolucionaria dijo Cristo hace dos mil años. Le daría un yuyu si aterrizara en el Congreso en una sesión de control al Gobierno. Es un chascarrillo simplón pero bien traído por lo de la Semana Santa. Y así cambiamos un poco de ... rollo. No vamos a estar todo el puto día hablando de las mentiras que nos cuentan. Pero al final todo se sabe. Por eso diecisiete millones de españolitos huyen aterrorizados para olvidar sus penas en algún chiringuito de una playa perdida o en una barra de pintxos tres estrellas Michelin. Carpe Diem. Nos quedan dos telediarios. No te creas que es una operación salida, es un éxodo apocalíptico a la desesperada. La sociedad del bienestar ha entrado en bucle y no sabe cómo salir.
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La farsa más vergonzosa de esta semana de pasión es la de Puigdemont reuniéndose otra vez en Suiza con Santos Cerdán y el verificador salvadoreño para negociar lo que dicen que es innegociable (innegociable, de momento). Con un invitado de piedra más sorprendente aún. Puigdemont ha exigido un intérprete de catalán-español para comunicarse con el salvadoreño. Con tu pasta y con la mía. El que venga detrás que arree. Y eso no es todo. El President en el exilio ha comenzado su «retornada» a la Cataluña prometida, la Canaán bíblica, tierra de leche y miel. Cientos de fieles le acompañan en peregrinación cantando salmos como si fuera el Mesías entrando en Jerusalén. Es lo que hay, tío.
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