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ESTRELLA VALLEJO
DAKAR.
Domingo, 8 de julio 2018, 08:25
«He estado en Zaragoza», «yo en San Sebastián, «un hermano se fue a Bilbao»... En Senegal, quien más quien menos, en algún momento de su vida, ha partido hacia a algún lugar y terminado allá donde nunca imaginó. O al menos ha oído hablar de ello a algún primo, amigo o vecino. Hay quien regresa a su país por temporadas, quien alcanzó su objetivo y no se plantea volver, y quien se quedó por el camino sin llegar a comprobar siquiera si aquella imagen de la Europa prometida era tan bonita como la pintaban.
¿Merece la pena? La respuesta depende de a quién se le pregunte, aunque la realidad demuestra que esa cuestión es absolutamente secundaria. Lo primordial a su entender es salir de un país bañado por la pobreza, la falta de recursos y un tejido social cuyos hábitos, en la superficie, no parece que puedan propiciar cambios a medio plazo.
La crisis migratoria continúa. Solo ayer se interceptaron entre el mar de Alborán y el Estrecho a otras 148 personas a bordo de cuatro pateras, que fueron trasladadas a distintos puntos de la costa andaluza. En lo que respecta a Gipuzkoa, el territorio ha recibido a más de 70 migrantes en cuestión de dos semanas. Y no parece que vayan a ser los últimos. Europa sigue fijando su mirada en las pateras, clandestinas y a la deriva, que naufragan frente a la costa mediterránea, obviando las causas estructurales que motivan la migración en los distintos países del continente.
Michelle | Colectivo LGTBI
Aida Diouf | Madrina de barrio
Mbaye Thamadouombre | Teniente alcalde de Gandiol
Ibou Diouf | Creando futuros
Khadidiatou Sene | Asociación de mujeres
En el caso de Senegal, hasta donde se ha desplazado DV en una misión guipuzcoana encabezada por la Diputación, ya no lo hacen partiendo en cayuco por la costa, como sucedía en 2006. La alternativa es recorrer a pie Mauritania, el desierto del Sahara y Marruecos para después embarcarse en una patera que les cruce el Estrecho. «Más peligroso si cabe», afirman. «El problema es que muchas veces se van sin avisar», lamenta Mbaye Thamadouombre, teniente de alcalde de Gandiol, una región al norte de Senegal. El representante local defiende la importancia de sensibilizar a los jóvenes para que sepan lo que se van a encontrar. «Como padre no les puedes frenar, pero si van a marchar a Europa que al menos lo hagan por vías seguras, vayan aprendan y regresen a hacer el desarrollo comunitario», apunta en referencia a la labor que desempeña la asociación Ha Ha Tay que apuesta por motivar a las nuevas generaciones para crear un futuro prometedor en Gandiol.
Entre las calles de Dakar, asfaltadas las céntricas, y de polvo y tierra las adyacentes -qué decir tiene si se habla de localidades alejadas de la capital-, se camufla el motor del cambio, unas voces que se proyectan desde el colectivo de mujeres y de personas jóvenes, esperanzadoras, que empezaron siendo susurros pero que resuenan cada vez con mayor firmeza. Están dispuestas a implantar cambios, pero tienen muy claro que quieren ser parte activa.
Entre ellas, en el distrito dakariano de Pikine, se alza la contagiosa risa de una mujer, Aida Diouf. Tiene 50 años, trece hijos y es la portavoz de las conocidas 'Bajenu Gokh' (madrinas de barrio). La falta de educación sexual y reproductiva, unida a la falta de confianza entre padres e hijos que tienen una extensa lista de tabúes que son incapaces de abordar, hacen que la labor de estas mujeres sea esencial.
Con la colaboración de Médicos del Mundo realizan visitas a domicilios y tratan de sensiblizar e informar a la población de infecciones sexuales y embarazos precoces. «Todas las mujeres saben el valor de la abstinencia y es preferible que guarden su virginidad hasta el matrimonio, porque las niñas no saben cómo ocuparse de un bebé», explica Aida.
Su reflexión se sustenta con datos. En Senegal mueren 691 mujeres de menos de 20 años durante el parto de cada 100.000, mientras que en España, por ejemplo, la cifra alcanza únicamente las 5.
Los conocidos de manera eufemística como colectivos vulnerables no tienen la vida mucho más sencilla. El estigma sobre las mujeres que se dedican a la postitución y los adictos a las drogas inyectables es solo superado por quienes pertenecen al colectivo LGTBI. De hecho, solo el 3% de la población de Senegal afirma que no le molestaría tener de vecino a un homosexual, una cifra que deja entrever la dura realidad a la que se enfrentan Bijoux y Michelle.
La reunión con ellos se produce en un local al que acceden con cuidado para no levantar sospechas. La primera no se atreve a dar su nombre, desde que una conocida revelara que le gustaban las mujeres, y tuviera que dejar los estudios. Al segundo (Michelle) ya no le importa. Estaba estudiando para cura cuando tuvo una relación con uno de sus superiores. Abandonó el país, pero hace un tiempo decidió regresar a casa de unos amigos. Ya no cuenta con su familia quien no hace sino hacerle llegar amenazas de muerte: «Eres la vergüenza de esta familia y te vamos a matar porque eres homosexual», rezaba la carta.
El papel de las mujeres sigue quedándose en segundo término en la vida social y familiar senegalesa. Por eso, ellas buscan su espacio, como es el caso de la Asociación de Mujeres que trabajan en el desarrollo local. Se citan y tienen su lugar de encuentro para elaborar mermeladas, collares y pulseras que posteriormente ponen a la venta en el mercado. Este colectivo lo forman cerca de cien mujeres, que se ven fuertes, empoderadas y que han dejado claro a sus maridos que necesitan su espacio. Pero no siempre es tan fácil. «Hay mujeres a las que sus maridos no les dejan. En ese caso vamos y hablamos con él, pero a veces no se puede hacer nada», lamenta Khadidiatou Sene, portavoz de la asociación y concejala, gracias al voto unificado de todas las mujeres del barrio.
Si garantizar una sanidad digna y apostar por el desarrollo local es importante, la educación no lo es menos, sobre todo en un país con elevadas tasas analfabetización. Así lo remarca Ibou Diouf, un senegalés de 36 años que en un castellano perfecto, aprendido a base de relacionarse con españoles, defiende que «sin educación no hay futuro». Vive en Enbur y desarrolla, junto a la ONG Creando Futuros, un pequeño pero valioso proyecto de escuela.
Reconoce que al principio, cuando empezaron a levantar los cimientos en 2007, algunas familias no se mostraron muy receptivas al pensar que podía tratarse de un colegio elitista «dirigido por blancos», pero poco tiempo hizo falta para que cambiaran de opinión. La inauguración de un comedor después de Semana Santa permitió garantizar a todos los niños una comida al día y un seguimiento bianual del estado de los pequeños. «Además, para motivar a los pequeños del colegio de al lado, elegimos a los cinco que mejores notas hayan sacado para que puedan participar en las colonias de verano», explica satisfecho por el trabajo que están realizando.
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