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– ¿En qué montaña se ha sentido morir realmente?
– Sinceramente del Kangchenjunga en 1996 creí que no bajaríamos. No hubo ningún accidente pero creía que allí nos quedaríamos. Fue con Félix y Alberto Iñurrategi cuando nos envolvió una tormenta en la propia cumbre. Bajar ... de allí se convirtió en un auténtico infierno. Fue algo muy especial, tremendamente duro. Sentí realmente esa sensación de que estás convencido al 100% de que no bajas.
– Cuándo está en una situación tan extrema, ¿qué mantra se repite para no rendirse?
– Esa es una de las cualidades buenas que he tenido. Saber que si no soy capaz de dar cuatro pasos, me voy a quedar ahí y nadie va a tener la oportunidad de ayudarme. A mí nunca me ha pasado, quizás por mi tozudez. Eso es sinónimo de morir. Por otro lado, es cierto que además llevo una vida por encima de los 7.000 metros. He pasado tantos momentos tan difíciles y comprometidos, que mi propio cuerpo está adaptado a esas situaciones, y sé que cuando bajo al campo base estoy a salvo.
– ¿Cuál ha sido el secreto para esa supervivencia?
– Alguien como yo que ha realizado 47 expediciones exclusivamente a montes de ochomil metros, lo natural sería que estuviese muerto. He tenido mucha suerte en la vida. Y lo tengo que agradecer a toda esa experiencia que adquirí a lo largo de muchos años. Pero cuidado, que también por mucha experiencia que tengas muchas veces ocurren cosas. Seguramente estoy vivo porque después de terminar los catorce me volví mucho más conservador y eso hizo que de alguna manera me mantuviera vivo. Y he sido un alpinista que me he adaptado muy bien a la altura. El medio en altura para mí ha sido algo verdaderamente extraordinario. Me aclimataba muy bien. Me ponía más en forma que los demás en poco tiempo. Puedes ser muy fuerte pero al no adaptarte por muy técnico y fuerte que seas no vas a superar determinada cota. Es muy difícil repetir Everest, K-2, Kangchenjunga, Manaslu, Makalu, Lhotse; repetir tantas y tantas montañas y mantenerte vivo.
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– Hubo una época de mucha tensión con Edurne Pasaban...
– Vaya por delante que yo a Edurne le he querido y le sigo queriendo como a una hija. Recuerdo a su amatxo, cuando en aquella época tenía cierta relación con ella, que me decía cuídamela, cuida a mi hija. Para mí Edurne ha sido una chica excepcional. He compartido muchos momentos y muy duros con ella. Por una serie de circunstancias que ocurrieron tuvimos una mala situación, me calenté, me enfadé, pero afortunadamente, a día de hoy, tenemos ya una muy buena relación.
– Se arregló todo en un programa de Risto con ese emotivo abrazo en televisión delante de todo el mundo...
– Afortunadamente, aunque estuvimos años sin hablarnos, llegó la reconciliación. A Edurne le he querido un montón. Ahora tenemos muy buena relación. Está muy centrada en su hijo Max, inculcándole los valores que tanto nos distingue a los montañeros. Alguna vez ya lo hemos hablado y me gustaría hacer una expedición con ella. Y con más gente, como José Carlos Tamayo, Josu Bereziartua, Juan Vallejo, Alberto Iñurrategi, Juanjo San Sebastian... Me gustaría hacerlo. El Baruntse de 7.129 metros, podría ser, no sé...
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