El Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo es testigo de una visita muy especial con motivo del primer aniversario de su inauguración y apertura al público, el 1 de junio de 2021. Cuatro víctimas del terrorismo, viudas impuestas por la sinrazón de ETA, recorren ... el centro de la memoria que dirige el periodista Florencio Domínguez con el anhelo de que «no se olvide el inmenso dolor que causó la violencia etarra». Barbara Dührkop, viuda del senador socialista Enrique Casas; Rosi Durán, del mecánico Ángel Rodríguez; Mari Paz Artolazabal, del columnista de El Mundo José Luis López de Lacalle; y Amaia Guridi, del director financiero de El Diario Vasco, comparten una emotiva visita y los recuerdos de una vida marcada por la ausencia desde el asesinato de sus respectivos maridos en atentados ocurridos en Gipuzkoa entre 1984 y 2001. En el mismo hall de entrada, sus primeras preguntas son directas: «¿Vienen muchos colegios? ¿Y los que vienen de Euskadi, qué comentarios hacen? Porque es importante que los jóvenes vengan y vean lo que hemos sufrido para que nunca más se repita».
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Con un guía de excepción, el historiador Raúl López Romo, responsable del área expositiva y educativa del Memorial, dedicado a todos los terrorismos, las cuatro mujeres, tres de ellas profesoras en su tiempo, escuchan con agrado que el primer año ha pasado por el museo una treintena de colegios, dos tercios de ellos procedentes de centros de Euskadi y Navarra, sobre todo vitorianos y ningún guipuzcoano. Muchos de esos estudiantes desconocen lo que ha pasado por culpa del terrorismo, los que tienen entre 15 a 17 años no guardan recuerdos personales directos. «Y cuando digo que desconocen es que no se hacen a la idea ni del número de víctimas ni en qué periodos pudieron ocurrir más muertes», explica. Mari Paz Artolazabal, ex andereño de Andoain, tira de oficio y repregunta: «Cuando se les explica cuántas víctimas ha habido, ¿cuál es su reacción? Me interesa porque ellos son el porvenir». Como en la mayoría de los casos con lo que más se quedan es con las sensaciones de «ahogo» que experimentan al entrar en la reproducción del zulo en el que ETA mantuvo 532 días cautivo a José Antonio Ortega Lara.
Amaia Guridi
Viuda de Santi Oleaga
Dührkop, Durán, Artolazabal y Guridi también lo visitan. Con solo anunciar que el recorrido del museo va a comenzar por ahí, la viuda de Santi Oleaga, –esta semana se han cumplido 21 años del atentado– le asegura al guía que le ha cortado la respiración. «Solo con pensar en entrar ahí me asfixio». Todas comparten las mismas sensaciones y enseguida Artolazabal evoca en la charla el día que conoció a Ortega Lara: «Pues si vierais... Solíamos ir a una comida de víctimas y él se sentó justo enfrente de mí. Para mí fue...». Se emociona y con lágrimas en los ojos relata: «Me dio una clase de humanidad, una pedagogía, era un hombre con una mirada, irradiaba una paz, ni asomo de odio... Me removió por dentro...».
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López Romo les explica que el industrial Julio Iglesias, que también estuvo cautivo en ese mismo lugar y colaboró con el Memorial en la reproducción del zulo, les recomendó encarecidamente que se pudiera entrar. «La experiencia de verlo desde un suelo acristalado no tiene nada que ver con poder estar ahí aunque sea solo unos segundos y poder hacerse a la idea del sufrimiento de este hombre», les sugiere. Convencidas, entran en el zulo y solo pueden soportar unos segundos, los suficientes para decir cosas como: «Ni aire para respirar». «Para morirse directamente». «Y sin poder hablar con nadie, en esas cuatro paredes... Lo pienso y me ahogo, me hubiera muerto asfixiada».
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Pasado el trago, la visita se detiene ante el cuadro de José Ibarrola inspirado en la icónica fotografía del atentado en Andoain contra José Luis López de Lacalle, en la que aparece cubierto con una sábana blanca junto a un paraguas rojo. Su viuda revela un detalle desconocido: «Cuando asesinaron a José Luis, llovía y apareció junto a un paraguas que no era el suyo porque los perdía todos. Aquel día, como tantos, debió dejar el suyo y cogió otro».
Barbara Dührkop
Viuda de Enrique Casas
La sala del Memorial que recorre la historia del terrorismo sirve para recordar muchos de los pesares añadidos que estas cuatro mujeres han tenido que soportar en tantos años de ausencia. Dührkop recuerda «perfectamente» que tras el asesinato de su marido –recibió 14 tiros en su propia casa en Donostia– «salía por la calle y la gente se cruzaba de acera. Un día una señora me tocó en el hombro y me dijo 'lo siento' y se marchó rápidamente. ¿Cómo se podía tener tanto miedo de dar las condolencias a alguien?». A la exeurodiputada socialista le llegaron a llamar por teléfono a su casa para decirle: «Váyase de Euskadi, sino le va a pasar lo mismo que al cerdo de su marido. Le vamos a eliminar».
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La viuda del mecánico de Irun Ángel Rodríguez –le llamaron para un servicio de grúa en Ventas y le pegaron dos tiros– también pasó lo suyo: «Una persona que iba a ser mi consuegra llegó a decirme que no le comprometiéramos, que es que a mi marido le había matado ETA. Los chicos llevaban de novios cuatro años».
Las explicaciones del historiador López Romo traen a la conversación el capítulo del odio. Guridi comparte una de las cosas que más le llaman la atención: «No ha estado con una sola víctima, y conozco a muchas, a la que yo le haya notado ni una pizca de odio, nunca. Todas dicen 'mis hijos no tienen odio', y es verdad». Y he estado en colegios y los alumnos me decían: '¿Y tú no tienes odio y tus hijos tampoco? No puede ser'. Ellos tenían más rabia que yo y repetían: '¿Cómo han podido hacerte eso?'. No daban crédito». La viuda de Oleaga siempre les ha dicho que confía en la justicia, que ella no tiene que juzgar a nadie porque no es juez.
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Mari Paz Artolazabal
Viuda de José Luis López de Lacalle
En ese punto vuelven a coincidir en la importancia de que los jóvenes visiten el Memorial «para que hallen respuesta a cómo ha podido ser, cómo empezó todo esto». «El legado que tenemos que dejar para que no vuelva a ocurrir tanto horror es explicar bien cómo fueron esos comienzos, qué nos ha sucedido. Que sepan que ante una amenaza similar hay que reaccionar y no dejarse engañar otra vez», advierte la exeurodiputada Dührkop.
Llegan a la sala dedicada a los perpetradores y después de ver la reproducción de una bomba lapa, las cartas de extorsión de ETA o los manuales para fabricar artefactos, Durán se hace una pregunta que muchas víctimas se han hecho en algún momento: «¿Esos asesinos, que muchos han matado a más de uno y de dos, podían dormir después de lo que hacían? Y, además, aún hoy no han reparado en el daño que han hecho ni mucho menos».
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Rosi Durán
Viuda de Ángel Rodríguez
El recorrido de tres horas se les hace corto. «Me ha parecido que había pasado media hora», asegura Guridi después de ver parte del banco de la memoria, donde se pueden leer, escuchar o visionar más de 1.200 testimonios de víctimas. López Romo les ayuda a buscarse entre ellos y se emocionan al reconocerse en una entrevista de hace años a Durán o en un reportaje de este periódico en el que hablan las otras tres protagonistas. Barbara, Rosi, Mari Paz y Amaia resumen que todo lo que han visto en el Museo «es que era nuestra vida». En la despedida, mencionan a sus hijos y dejan caer que la próxima visita debería ser con ellos.
Junto a una carta de Iturbe Abasolo o notas que tomaban para futuros atentados, el Memorial muestra en una de sus vitrinas parte del fichero de etarras que confeccionaba la propia banda. «Está el asesino de tu marido, Gude Pego», le dice a Barbara Dührkop el responsable del museo. «¿Quieres ver la ficha?». La viuda de Enrique Casas traga saliva y accede a verla. López Romo abre la vitrina y lee con ella los datos personales del curriculum terrorista: su nombre revolucionario 'Peibol' o que en el 78 estaba en ETA militar, -luego se pasó a los CC AA-. En el apartado «vecinos» pone que debajo de él «vive un falangista». También figura que tiene estudios de tornero. Al leerlo, a Dührkop le sale del alma: «Ya podía haberse dedicado a eso».
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