Urgente Incendio en el centro de San Sebastián
El lúcido Mújica se nos va mientras Trump regresa como un emperador caprichoso y amenazante. EFE
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Pepe el Grande

La última entrevista de Jordi Évole con Pepe Mújica, expresidente de Uruguay, es un emocionante testimonio en estos tiempos voraces que vivimos.

Alberto Surio

San Sebastián

Miércoles, 5 de febrero 2025, 10:07

Recupero hoy mi Palabra Clave, una mirada personal e intransferible a las cuestiones que nos rodean y nos importan, aunque no merezcan grandes titulares. Y lo hago después de un parón largo en la Newsletter. Necesitaba despejar la cabeza. Así que vuelvo con las pilas ... cargadas y lo haré cada 15 días. La última entrevista de Jordi Évole con Pepe Mújica, expresidente de Uruguay, es un emocionante testimonio en estos tiempos voraces que vivimos. Es la última entrevista que concede después de decidir que no va a continuar su tratamiento contra un cáncer de esófago y espera a la muerte tranquilo, sentado en su chacra, con una sonrisa de abuelo sabio. Habla de un cambio de época en vez de una época de cambios, critica la velocidad absurda en la que se ha metido este mundo, el enorme poder de la injusticia que nos rodea y el medio centenar de guerras abiertas en el planeta. «Putin es un hijo de puta», exclama.

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Muchas frases de Pepe, que me han llegado al alma, son sentencias lapidarias que hay que guardar en el álbum de la historia. Hasta sus silencios, un siendo televisivamente incómodos, aportaban fuerza al mensaje. Pero lo que sobrecoge es la entereza con la que espera a la muerte quien en su momento sufriera la persecución la cárcel y la tortura; la sencillez desnuda de su charla, la humildad de su carácter junto a Lucía, el 'amor de su vida' , el cariño que exhibe y la absoluta falta de rencor. Alguien que ha conocido el sufrimiento tan de cerca y a la vez el poder encierra un pozo de verdades, seguro que muchas de ellas incómodas. Y nos da una lección de humanidad, de vitalidad, de política, en estos momentos fugaces en los que tenemos que ir a toda prisa en busca de no se sabe qué sensación de felicidad. Es de los 'grandes' y se nos está yendo.

Entre Beasain y América

Los bisabuelos de Mújica nacieron en un caserío del barrio Astigarreta de Beasain. En 1842 se fueron a las Américas en busca de una vida mejor, como tantos otros, huyendo de las guerras y las hambrunas. Generaciones después, las palabras lúcidas de aquel descendiente de guipuzcoanos nos estremecen en un mundo que se ha puesto muy complicado en los últimos meses. Cada vez más. El rumbo amenazante que ha emprendido Trump es un peligro evidente contra los valores universales que pensábamos consagrados en el ADN de las certezas. El 'emperador' levanta el pulgar hacia arriba o lo inclina hacia abajo y eso puede decidir la suerte de millones de personas, ya sean los migrantes de México, los habitantes de Groenlandia o los empresarios guipuzcoanos de máquina herramienta en la lejana Euskadi del bienestar. Sálvese quien pueda en esta selva de prepotencia.

Trump es tan disruptivo que no deja a nadie indiferente. Se equivocan quienes le minusvaloran. Ha conectado con un sentimiento de resentimiento, y valga la redundancia, muy instalado en una parte de las clases medias y medias-bajas que se sienten amenazadas por el miedo al futuro y que añoran un pasado tradicional en el que se sentían más cómodos. Esa ola crece como la espuma y los antídotos son débiles, muy débiles.

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La revolución de Trump es la muerte de la democracia pluralista tal como la entendemos y, el triunfo del nuevo nihilismo social y cultural y no encontramos una respuesta clara. Mejor dicho, solo la encontramos en los clásicos. La 'contrarrevolución' se ha despertado como un animal herido y el mundo 'woke' -que podemos definir como de tendencia liberal- se ha convertido en un chivo expiatorio para esta nueva Inquisición de blancos, cristianos y heterosexuales dispuestos a recuperar el terreno políticamente perdido antes de batirse en retirada.

Trump versus Mújica. He aquí la dualidad más simple y más brutal. El primero acaba de volver y el segundo se nos está yendo. Solo nos queda la voz y la palabra para denunciar esta deriva y para advertir que ante tanta zafiedad solo cabe una reacción firme de dignidad que se resiste a verse pisoteada. La respuesta del presidente colombiano, Gustavo Petro, representa -con todas las contradicciones que se quiera- esa fuerza moral que echamos en falta con más nitidez en Europa, el último baluarte que nos quedaba libre de los aranceles de la intolerancia. Ya no es así. Soy consciente de que Petro tiene enormes dificultades para repetir como presidente, que lo tiene todo en contra, que ni ha rentabilizado la paz, ni se le espera. La oligarquía colombiana le ha declarado la guerra desde el principio y ni siquiera la clase media le dado un gramo de indulgencia. Gustavo Petro caerá, lo tiene todo en contra, pero ha conseguido retratar y retar al trumpismo desde el territorio de las ideas, el único que todavía no termina de dominar el presidente norteamericano.

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Ojalá aprendamos mucho más en esa Latinoamérica emergente que miramos con una mezcla de fascinación y arrogancia al otro lado del charco. Seguro que tienen mucho que seguir enseñándonos en esta Europa vieja, ensimismada y egoista. Y pensar que aborrecíamos a Angela Merkel...

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