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El Partido Nacionalista Vasco se asemeja a un trasatlántico que necesita mucha cobertura para girar pero es un partido maestro en hacer política y en tejer alianzas cuando se pone en velocidad de crucero. Con esta metáfora un burukide resume el descomunal desafío que afrontan ... los jeltzales en los próximos seis meses. Un proceso que se inicia en el Alderdi Eguna de este domingo y que culminará en la asamblea general de marzo de 2025. Será, quizá, el más decisivo desde su Asamblea en 1987, tras su traumática escisión.
El PNV volverá a demostrar este domingo que es uno de los partidos más singulares de Europa. Un partido-movimiento, que exhibe su fortaleza organizativa en un momento de crisis de lo comunitario y que, con todas sus luces y sus sombras, ha liderado en solitario y en coalición el autogobierno con la sensación general de que Euskadi tiene un nivel económico y una calidad de vida mejores. Pero en donde empieza a detectarse una imprecisa pulsión de cambio.
Ander Gurrutxaga
Sociólogo
El PNV inicia en su Alderdi Eguna de este domingo -con el lema 'Alderdia gara'- un debate de vértigo. Los jeltzales necesitan renovar sus liderazgos y, en concreto, saber si Andoni Ortuzar se presenta a la reelección después de 12 años al frente del timón o da paso a nuevos referentes. Los jeltzales deben clarificar sus equilibrios internos entre pactistas e independentistas -todos nacionalistas-, y dejar claro quiénes son sus compañeros de viaje. También necesitan actualizar su 'modus operandi', aún muy anclado en los funcionamientos clásicos de un partido con militancia aún más analógico que digital. Un partido que quiere volver a conectar con las nuevas generaciones, con una imagen de marca envejecida, con un desgaste de materiales en relación con la gestión y con una pérdida de pulsión identitaria.
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El 'partido atrapalotodo' de la Transición, que jugó con éxito el posibilismo pactista, que puso en marcha el edificio del Estatuto vasco, que ha explotado la baza de convertir al nacionalismo como gran dosel del bienestar social y económico, tiene que encontrar ahora la fórmula del éxito y reinventar un relato que encandile, que vuelva a atraer y a ser mayoritario. Sabiendo que los tiempos han cambiado, que el mundo de las redes poco tiene que ver ya con los batzokis, que la gente vive en una sociedad secularizada. Porque el contexto social, el de una comunidad que vivía la identidad como un elemento existencial, se ha transformado profundamente. Sobre todo cuando el terrorismo de ETA ha desaparecido, quitando un elemento de tremenda presión en la sociedad vasca que bloqueaba debates ancestrales.
El sociólogo Ander Gurrutxaga, que durante muchos años ha investigado al nacionalismo vasco, admite que el PNV tiene motivos para estar preocupado y sentirse desubicado ante una realidad que ha cambiado. Sin dejar de admitir la fuerza que aún conserva, Gurrutxaga plantea como problema a superar la desmovilización emocional que sufre una formación que en este momento es más un partido de cuadros volcado en la gestión y que ha dejado atrás la épica de los años 80.
El historiador Ludger Mees también considera que el PNV tiene motivos para la reflexión porque le ha llegado ya la marea del cambio social. De entrada, detecta algunas señales de nerviosismo. «No es que el péndulo del PNV esté oxidado o averiado», advierte, «lo que ocurre es que está atascado en sus dos polos, en el ideológico, porque el debate identitario ha perdido fuelle y el populismo extremista ultranacionalista es una amenaza, y en el de la gestión, porque la sociedad es cada vez más exigente y pide políticas públicas cada vez más eficaces».
Ludger Mees
Historiador
Mees realiza este análisis a partir de la mirada a la trayectoria del PNV que hizo junto a los historiadores Santiago de Pablo y José Antonio Rodríguez Ranz. La obra 'El péndulo patriótico' es una historia de este partido que glosa la eficacia de la cohabitación entre el posibilismo y la ortodoxia ideológica. Los jeltzales, bajo la sabia influencia de la generación de la guerra y del exilio, escogieron la prudencia. En ese paquete incluían el legado de Agirre, el compromiso con la Segunda República y, ahora, la apuesta por la España plurinacional que busca un acomodo a la singularidad vasca tras 40 años de experiencia autonómica.
El Alderdi Eguna, en todo caso, ofrecerá este domingo una imagen de fortaleza para contrarrestar esas sombras y debe elegir un equipo y un discurso renovados que recuperen a una parte del electorado que se ha refugiado en la abstención. El PNV ha salido tocado de los últimos reveses electorales, y siente cercano el aliento del empuje de EH Bildu, que le pisa los talones y amenaza su hegemonía. Durante años, los jeltzales han intentado representar en Madrid la baza de la interlocución con el Gobierno central y rentabilizar los éxitos. Pero ahora necesitan encontrar un nuevo relato que funcione y que sea eficaz.
Los sociólogos que examinan la política vasca se muestran expectantes. Cada generación define los contextos, opinan. Y el PNV no va a ser ajeno a esta idea. Como asegura Ander Gurrutxaga, su éxito electoral desde la instauración del Estatuto de Gernika se ha sostenido en dos colectivos: por un lado, los militantes, más o menos convencidos. Por otra parte, los electores, confiados de la honestidad y en la buena gestión de este partido dispuestos a votarle si le ofrecen un ámbito de seguridad. Si, por unas u otras razones, la imagen se resquebraja y si los ciudadanos perciben, por ejemplo, que la sanidad no es lo que parece que es, si tiene grietas y no responde a los problemas del momento, si la seguridad ciudadana no ofrece aquello que se exige, si la corrupción penetra en algunos aspectos de la gestión, si el trabajo de las élites no es lo aceptable que se exige o si la prepotencia o el 'ordeno y mando' ocupa más espacio del esperado, las cosas pueden empezar a complicarse. Las convicciones basadas en la idea de seguridad, certidumbre y buena gestión se ven afectadas. Y eso puede resultar determinante.
El giro La pérdida de la pulsión identitaria y la crisis de la gestión fuerzan al PNV a buscar nuevas narrativas
La dinámica interna La pandemia ha debilitado la vida interna en los batzokis, pieza clásica de socialización interna
La disputa La batalla sociológica que viene entre el PNV y EH Bildu se va a centrar en las clases medias
El PNV sufre lo que padecen otros partidos de corte convencional, cuando la profesionalización de los cuadros empobrece los debates internos. No es privativo de Euskadi. En eso no somos tan diferentes.
Además, el relevo generacional es la verdadera cuestión no resuelta. El peligro es que se abandone la sociedad civil con un serio problema de falta de complicidad con los profesionales más dinámicos y, también, con una militancia cada vez más mayor en la que el Covid marcó un antes y un después, dejando fuera de juego, en parte, la vida en los batzokis como lugares de socialización preferentes. El nacionalismo corre el riesgo de convertirse en un producto líquido en el supermercado de las ideas. Y la gente, en tiempos de incertidumbre, elige el que cree que le ofrece seguridad y confianza. Durante años, la política, como la religión, ejerció esa función protectora. Era el gran paraguas que daba sentido a mucha gente. No es que la identidad se haya evaporado de repente. Pero ahora se vive de otra manera y el compromiso del tiempo de las certezas, que venía en esencia del mundo de las ideas y de las emociones se ejerce con una enorme versatilidad. No hay un único patrón de conducta.
La encrucijada no parece tener final a corto o a medio plazo. Tanto Mees como Gurrutxaga comparten que el nacionalismo institucional afronta este domingo problemas para alumbrar un proyecto común para los ciudadanos vascos -sean o no nacionalistas-. Probablemente aquí se encuentra la máxima debilidad, la dificultad para crear y gestionar este proyecto común. Que sea difícil no quiere decir que sea imposible.
¿Tiene el proyecto aún gasolina para afrontar el viaje y para encandilar a la sociedad con nuevas ideas? ¿Le queda energía para articular un proyecto colectivo movilizador? El PNV debe cargar su batería para volver a ofrecer un horizonte distinto al que gestiona el mundo de la administración. Todo esto plantea una dura pugna por el poder y por la influencia en el seno de las clases medias vascas, que serán las que tendrán la última palabra.
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