El Athletic que nadie podía imaginar
La resaca en Bilbao ·
Marcelino y sus jugadores están obligados a reparar una decepción histórica que puede marcar su trayectoria dentro del clubLa resaca en Bilbao ·
Marcelino y sus jugadores están obligados a reparar una decepción histórica que puede marcar su trayectoria dentro del clubA una decepción histórica siguió ayer una resaca del mismo calibre. La derrota había dejado esta vez entre los aficionados del Athletic no sólo el dolor natural propio de estos casos sino algo nuevo, una mezcla viscosa de asombro y tristeza ante la pobrísima ... actuación de su equipo. Nadie imaginaba algo semejante. En primer lugar, porque el equipo de Marcelino había demostrado hasta ahora ser competitivo en los grandes partidos. Y en segundo lugar, porque era impensable que la trayectoria de los rojiblancos en la pasada edición de la Copa, aquella sucesión de emociones fortísimas que parecían escritas por el guionista de Indiana Jones, tuviera un desenlace tan absurdo. Digamos que narrativamente lo del sábado fue un disparate.
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Pues bien, esto es lo que sucedió, de manera que ayer nada de lo ocurrido al Athletic parecía tener sentido. En las primeras comparaciones desgraciadas que venían a la cabeza muchos recordaron la final de Bucarest, otro golpe durísimo. Y es que entonces, ante un Atlético muy profesional apareció un Falcao en estado de gracia que empezó a decantar el partido a los siete minutos con un golazo de crack. En la Real, en cambio, no apareció nadie hasta que Oyarzabal marcó su penalti cuando ya se llevaba una hora de juego. Fue el único disparo de los donostiarras entre los tres palos en noventa minutos. ¡Cómo no sentirse desolado cuando tu actuación en una final que llevas esperando tanto tiempo, es tan pobre que permites que tu gran rival te gane haciendo tan poco!
Paseando ayer por cualquier calle de Bizkaia y viendo el paisaje todavía intacto de banderas rojiblancas cubriendo balcones, escaparates, marquesinas, farolas e incluso fachadas enteras, como restos de una fiesta que terminó en funeral, era inevitable pensar en ese contraste tan indigesto que se vive con frecuencia en el Athletic entre la grandeza del club y el tamaño mucho menor del equipo. Y desde luego fue inevitable sentir lástima de esos adolescentes rojiblancos que ayer deambulaban con una mirada perdida.
EL RIVAL
Por supuesto, la decoración de las calles se mantendrá hasta la final contra el Barcelona, pero ayer era todavía demasiado pronto para pensar en la segunda cita en La Cartuja. Y mucho menos para ilusionarse con ella de verdad, más allá de exorcismos, ejercicios de autoayuda y remedios varios contra la resaca. La derrota contra la Real, que la hinchada donostiarra se encargará de mantener viva, exigía un duelo más largo y, desde luego, una profunda reflexión.
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En la sala de prensa, Marcelino declaró que al equipo le había podido la presión. Puede ser verdad. Aunque no deja de ser irritante y duro de aceptar que a un equipo con futbolistas más veteranos y experimentados en grandes partidos le pueda pesar la responsabilidad. Lo cierto es que, si descartas como causas posibles del siniestro, el cansancio, las bajas de jugadores importantes, la mala suerte, los errores arbitrales o el mal estado del césped, se te acaban las explicaciones. Ahora bien, si algo quedó claro en la final es que esa presión no sólo les pudo a los jugadores sino también al técnico asturiano, que cometió un error insospechado.
LA CAUSA
Marcelino puso tanto énfasis en desactivar la zona de creación de la Real y tener controlado el partido que dejó en un segundo plano algo crucial: dar vuelo al juego ofensivo de su equipo. El asturiano, en fin, quiso ganar la Copa con un férreo ejercicio de control y algún que otro latigazo en la portería de Remiro. Eso explicó, entre otras cosas, la apuesta por la pareja Dani García-Vencedor, una mala mezcla. Marcelino va a tener que volver a empezar de cero con esta plantilla. No se trata de ser alarmistas ni agoreros sino, sencillamente, de ser realistas y precavidos. Una derrota como la de ayer puede marcar para siempre a un equipo y a unos jugadores.
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