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Niños y adolescentes enganchados a las pantallas. «¿Y qué hay de los adultos?». Es lo que reprochan muchos jóvenes, que se ven constantemente «señalados» por su dependencia al móvil y a las redes sociales. Los mismos chavales que llaman la atención a sus padres cuando no les prestan atención porque están absortos delante de la pantalla. No es que se hayan invertido los papeles. «Es que en realidad los adultos estamos igual de enganchados, aunque muchas veces se ponga el foco en los adolescentes y se asocie a ellos la adicción a las redes sociales y al móvil. Tenemos tanta o más dependencia que los chavales», afirma sin ambages Itziar Otegi, una de las cinco profesoras que esta semana participa en el reto de estar siete días sin móvil, desafío al que se han unido también otros ocho alumnos de 16 años del Instituto Oianguren de Ordizia.
Desde hace una semana, no responden a las llamadas de teléfono, ni chequean las notificaciones de Whatsapp ni derrochan horas en Instagram o Facebook. Han dicho «móviles fuera». Participan en el reto 'No phone challenge', una iniciativa a la que se han unido por el momento más de una decena de centros escolares guipuzcoanos, después de la primera experiencia puesta en marcha en 2023 por el profesor y experto en redes sociales Telmo Lazkano.
En esta ocasión, además de alumnos, se suman también los adultos, con una participación significativa. Creen que la mejor manera es predicar con el ejemplo y consideran poco coherente fomentar un uso consciente de los móviles entre los más jóvenes sin un modelo saludable por parte de los adultos.
Al principio hubo dudas, según reconoce parte del grupo de profesoras, incluso hay quien pensó que no aguantaría una semana, «por la adicción que tengo», admite Leire Garmendia, pero al final se lanzaron a desconectar sus móviles, que depositaron en una caja. «No sabíamos ni apagarlo. Eso ya dice mucho», manifiesta este grupo de docentes. En el caso de Marijo Azurmendi, «quería saber qué dependencia tenía con el móvil o qué me iba a suponer estar unas semanas sin él. También soy madre de adolescentes y quería dar ejemplo, porque tenemos un serio problema en casa sobre cómo gestionar el uso de las pantallas en general». Nahia Iraola también es madre y cuando planteó el reto en casa, su pareja y sus hijos intentaron convencerla para que no lo hiciera, «porque me decían cómo se iban a comunicar conmigo, fue más por ese miedo. Bueno, pues igual nos tendremos que hacer más autónomos todos, ¿no?», plantea.
De momento, la iniciativa les está sirviendo para ser más conscientes de cómo es su relación con los móviles y las redes sociales y establecer, a partir de ahí, hábitos más saludables.
Coinciden en que en un primer momento no les costó demasiado desprenderse del aparato, –lo utilizan una media de 1,5 o 2 horas diarias– pero una vez han ido pasando los días empiezan a echarlo en falta.«Debo admitir que ayer tenía un poco de mono, como que me faltaba algo y dije, 'ostras'», comenta Iraola, consciente de la dependencia que pueden llegar a generar los dispositivos digitales.
Más allá de las propias percepciones, una encuesta realizada por la asociación Pantallas Amigas sobre el bienestar digital y hábitos de uso del móvil revela que el 51% de los encuestados lo desbloquea más de 80 veces al día, lo que equivale a mirarlo unas cinco veces cada hora. Todas reconocen haber echado más de una vez la mano al bolso para consultar el móvil y los días se han hecho «más largos» de lo habitual para Itziar Otegi, docente de DBH en este instituto, a quien le ha sorprendido «la falta de ruido» sin el móvil. «Para mí el teléfono es música, es ruido, y el día tiene ahora más horas sin ruido», resume.
Por las mañanas, ya no les despierta la alarma del móvil. En el trayecto al instituto se entretienen con un libro, los mapas de papel o la memoria vuelven a funcionar como GPS y se mantienen informadas de lo que ocurre a su alrededor por la televisión, un viaje al pasado no tan lejano que les muestra que la vida puede funcionar sin pantallas. Aunque el reto es mayúsculo, según añaden, ya que consideran que «el problema no son los móviles en sí sino el propio sistema, que está digitalizado», en referencia a la infinidad de trámites del día a día que muchas veces resultan casi imposibles de resolver sin estos dispositivos, como gestiones del banco o realizar el seguimiento de un paquete. También afirman que al no poder chequear los mensajes de los grupos de whatsapp, están más desconectadas de su entorno.
Marijo Azurmendi cuenta que el primer día sin móvil le constó conciliar el sueño. Hasta entonces se despertaba con la alarma del teléfono y «me tuve que comprar un despertador de los de toda la vida».
Nerea Martínez suele recibir los whatsapps de sus familiares para avisar de que sus dos hijos pequeños «se han levantado bien, han ido a la escuela... Estaba acostumbrada a recibir ese feedback y ahora todo eso no lo tengo y sí que lo echo de menos», comenta esta profesora, que junto al resto, están siendo «más conscientes» de las veces que recurren al móvil y a las aplicaciones a diario, como «la calculadora para poner las notas o incluso para anotar la lista de la compra».
No todo son 'peros' y según avanza la conversación ponen de relieve que, aunque ha habido «momentos puntuales» de dependencia y no niegan la dificultad de ir a contracorriente, «también hay que hablar de los beneficios de esta experiencia. Sentimos una mayor libertad por el hecho de no estar tan controlada o tener el control de todo, de esa inmediatez de contestar a los mensajes... da más tranquilidad, porque muchas veces, cualquier momento de descanso que tienes lo aprovechas para mirar una cosa y otra, saltar de estímulo en estímulo y no eres consciente del tiempo que ha pasado», coinciden. A este respecto, Itziar aclara que, más que la herramienta en sí, la cuestión radica en el uso que se haga y en el tipo de contenido que se consuma. «El problema es que se nos vayan meses de vida viendo vídeos de gatitos. Te fijas en la consulta del médico, en el tren, en el bus, y todo el mundo está con el móvil como zombies». Jóvenes y adultos inmersos en su mundo virtual.
A pesar de que cada vez existe una mayor sensibilización social sobre el impacto negativo del uso de pantallas, la presencia de los 'smartphone' desde la infancia es un hecho, y «preocupa» a las familias, profesionales del ámbito sanitario y la comunidad educativa. Estas cinco profesoras constatan cómo está disminuyendo en los adolescentes la capacidad de pensamiento crítico, la capacidad para concentrarse, la comprensión lectora, la memoria... «Un minuto de atención ya es mucho para ellos», dicen sin exagerar. Este uso excesivo «es algo que nos preocupa y los mismos chavales lo reconocen. Pero realmente los que están viendo el móvil también son los padres. Los que les están ignorando o no dando conversación suficiente. Los que no les miran o no les estimulan. Y cuanto menos lenguaje, menos expresividad facial. Es algo que cada vez se ve más en niños muy pequeños y después se ve en los adolescentes: una menor capacidad para resolver conflictos, menos autorregulación emocional...», enumeran.
Mañana volverán a encender sus móviles...
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