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Miguel Ángel Mata, Alba Cárcamo y J. M. Navarro
San Sebastián
Domingo, 8 de octubre 2023, 02:00
«Cada vez atendemos más la salud mental de nuestro alumnado. Tenemos estudiantes que están medicados por ansiedad, depresión... Y en algunos casos, claro está, ... surge la inquietud de que puedan autolesionarse. Intentamos priorizar el bienestar emocional de cada chaval, ya que somos muy conscientes de que el aspecto académico viene una vez que los alumnos están bien. Pero no contamos con las herramientas necesarias. Es imprescindible más formación, y sobre todo medios, personal extra o más tiempo para poder dedicar al alumnado. En ocasiones, la atención debida a situaciones de potencial riesgo de suicidio depende más de la implicación del centro o del profesorado, que ya se encuentra desbordado por otras muchas exigencias, que de las instituciones académicas».
La realidad que describe una profesora de Secundaria de un colegio de Donostia donde el curso pasado se activó dos veces el protocolo antisuicidios instaurado por el Gobierno Vasco pone de manifiesto una impresión generalizada en el mundo educativo: la estrategia de prevención ha resultado «muy útil» en su primer año de implantación, pero es «mejorable».
La existencia de problemas de salud mental entre los estudiantes, admiten los profesionales, es un «problema grave y creciente», sobre todo tras la pandemia de Covid, pero no solo por eso. En una sociedad cada vez más individualista y desigual, hay más casos de alumnos con falta de conectividad, que no tienen grupos de amigos. Y esa sensación de aislamiento, de «no importar a nadie», es un caldo de cultivo idóneo para la aparición de pensamientos suicidas. El riesgo aumenta cuando hay trastornos causados por situaciones de maltrato, abusos sexuales, bullying... que merecen especial atención.
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Consciente de esta situación, el Gobierno Vasco desplegó hace un año la 'Estrategia de Prevención, Intervención y Posvención de la Conducta Suicida en el Ámbito Educativo'. En su primer curso de existencia, se abrieron 613 protocolos por riesgo de suicidio en colegios e institutos de Euskadi. De estos, 141 en Gipuzkoa, 386 en Bizkaia y 86 en Álava. Teniendo en cuenta que los días lectivos son 175, se concluye que en Gipuzkoa se activó casi una alerta de este tipo cada día de clase.
Situaciones reales como un alumno que se acerca a un profesor y le cuenta que un compañero de clase tiene cortes en los brazos. O una familia que telefonea al centro para informar de que su hijo faltará unas semanas porque ha intentado quitarse la vida. O un niño que dice que no le importa a nadie. Incluso el que verbaliza su desazón y aborda a una docente en el pasillo para confesarle que se encuentra mal y que tiene pensamientos suicidas.
Experiencias como estas, y otras muchas igual de dolorosas, llevan tiempo removiendo las entrañas de los centros escolares vascos. Por ello el plan impulsado desde el Departamento de Educación ha dotado a los profesores –se formó a más de 1.800– de más herramientas para afrontar estas situaciones. Ahora disponen de más apoyo externo, más recursos para saber cómo actuar, pero sobre todo para detectar las señales. Un coordinador de bienestar, figura implantada a raíz de la Ley de Infancia de 2021, observa en ese sentido que «en casi todos los casos» que han tenido «eran chavales con falta de conectividad, que no tenían grupos de amigos».
La profesora del centro donostiarra muestra «preocupación» porque «cada vez tenemos que dedicar más tiempo a este tema, ya que tenemos alumnos con distintas problemáticas. Algunos están tan mal que deciden no venir a clase y quedarse en casa».
Cuando se activa el protocolo, explica, «intentamos que ese estudiante no se quede solo en ningún momento, ni en clase ni en el patio, para evitar riesgos». Insiste en un mensaje recurrente: «suelen ser chavales que tienden a estar solos y es muy importante que estemos atentos».
El coordinador de bienestar de un centro vizcaíno de secundaria narra por su parte cómo «la vuelta de las vacaciones navideñas fue muy dura» en su centro. «Abrimos en un mes cinco protocolos en diferentes categorías, con dos activaciones por autolesiones, una por ideación –pensamientos persistentes de querer matarse– y dos por tentativas que habían sucedido fuera de nuestras instalaciones».
Lo primero fue poner en marcha los equipos de respuesta de crisis suicida, que realizaron «estudios de seguridad» para determinar «cualquier tipo de riesgo físico», y contactar con las familias, con el Berritzegune –punto de apoyo a los centros escolares– y con Inspección. «Cerramos varias ventanas y, en un caso, trasladamos a un grupo entero a la primera planta –el aula habitual estaba en un piso más alto– para evitar el hueco de las escaleras», cuenta. Todo ello, eso sí, «en contacto continuo con la familia y con los especialistas externos que les tratan, porque tenemos que ir todos en la misma dirección y estar muy coordinados».
En los casos en los que hubo tentativas, trabajaron también en la reincorporación a las aulas. El regreso a clase, prosigue, es «un momento muy delicado» en el que se les ofrecen alternativas como flexibilidad en la hora de entrada y salida, más tiempo para realizar los exámenes... «Trabajamos con la persona afectada diferentes situaciones en las que aparece el sufrimiento para ver qué recursos tiene para hacerle frente», apunta.
En ese sentido, el trabajo de juegos de roles que recoge la estrategia emplaza a recrear el primer día en clase y que se planteen al adolescente cuestiones como, por ejemplo, de qué manera actuaría si un compañero le preguntara si es cierto que ha intentado suicidarse.
– ¿Y cómo se aplican medidas de protección salvaguardando la confidencialidad?
– A veces es muy difícil. En un caso, en vez de tener todo el tiempo a una persona detrás del alumno, pusimos en marcha una iniciativa de juegos en el recreo supervisados por un profesor que fue un éxito, porque no solo participó la persona que necesitaba ese apoyo, sino muchos otros alumnos. Pero hubo otro caso muy duro del que se enteró toda la clase y tuvimos que trabajar mucho en ello.
De esa situación también intentaron sacar algo positivo: les dio pie a hablar. Y es que una de las prioridades que se marcan los centros es que los niños y adolescentes «conozcan las señales y sean activos, que sepan a quién acudir si ven a un compañero mal o si son ellos lo que sienten ese malestar». Estos casos se activaron el pasado curso, aunque «no se han cerrado». «Algunos alumnos ya no están en el centro y se encarga de su seguimiento el Berritzegune Nagusia, pero con los que siguen, en función de cómo evolucionan, se mantienen reuniones con ellos, o conversaciones de cinco minutos en el pasillo, porque por suerte están mucho mejor», detalla.
«Es muy complicado gestionar emocionalmente que un alumno con quien convives diariamente ha pensado en quitarse la vida», reconoce una directora. Pero la realidad, asegura un profesor, «nos está atropellando con bastante potencia».
El suicidio es la principal causa de muerte no natural de la población de entre 15 y 29 años; uno de cada diez vascos de esa edad, unos 30.000, dice sentir ansiedad o depresión. Son datos que hablan de un «sufrimiento» entre los escolares que antes, con menos formación y sin una guía clara, eran más difíciles de detectar. «Hay que mirar para ver, y ahora se está mirando mucho más», insiste un docente, que expone que, «en el curso 21/22 hubo diez casos en seguimiento en toda la comunidad autónoma; en un curso se han multiplicado por sesenta y es porque estamos más atentos».
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