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Markel Lecertua tiene un cabello fuerte, marrón oscuro y rizado. Lleva un corte de pelo degradado, que empieza con un rapado en la nuca y en la zona de las orejas y termina con unos frondosos rizos en la coronilla. Aunque haga frío, no se pone gorro. No le hace falta. Pero hasta hace poco esto no era así. Hubo una época, entre 2019 y 2020, en la que la leucemia que padecía y los tratamientos a los que tuvo que someterse le dejaron calvo. Aunque su madre le decía que «sin pelo también estaba guapo», él «no quería» que nadie le viera así. Tenía 13 años y mucha vergüenza de que sus amigos o la gente de la calle le vieran así. Los gorros y viseras fueron sus grandes aliados durante esos meses«tan complicados», en los que se sometió a tres ciclos de quimioterapia y un transplante de médula. En total, casi medio año ingresado en el Hospital Donostia, con salidas puntuales. Hoy, en la víspera del Día Internacional contra el Cáncer Infantil que se celebra mañana, cuenta su historia. Él es el protagonista principal, pero no el único. «No estaría aquí» sin su hermana Laia, que con apenas 9 añitos fue su donante de médula. «Es mi salvadora», reconoce este joven, que ya está a punto de cumplir los 18.
Todo comenzó el verano de 2019, cuando Markel se encontraba de vacaciones de verano en Barcelona, donde tiene familiares. Hasta entonces, llevaba una vida como la del cualquier niño de 13 años. «Quedaba con los amigos, me bañaba en la piscina, en la playa... Todo normal». Pero en esa escapada a Cataluña su tía se percató de que le habían salido «unos puntos rojos en las piernas». Se quedó en una anécdota, hasta que regresaron a Oiartzun y su madre le llevó a hacerse una prueba de orina por si acaso. «No tardaron nada en llamar con los resultados. No se sabía lo que tenía», pero le dijeron que subiera al Hospital Donostia cuanto antes. «Toda mi familia se puso a llorar. Tenía mala pinta», recuerda Markel. «Solo me decían que había que subir al médico urgentemente, que en caso contrario iba a enfermar».
Ya en el hospital, después de varias pruebas, le dieron la noticia: tenía cáncer, en concreto leucemia. ¿Pero qué era eso? «A esa edad no eres muy consciente de lo que supone una enfermedad como esta». Es más, no fue hasta hace un año cuando supo que su leucemia era «una de las más graves que hay». Quizá por eso, «nunca» pensó que podía morir, aunque ahora sabe que ha sido un afortunado porque su cuerpo reaccionó de forma adecuada al tratamiento y más aún por no haber recaído en estos casi cinco años que han pasado desde que se sometió al transplante de médula hasta ahora.
Primero fueron los tres ciclos de quimioterapia, «cada uno de un mes de duración aproximadamente». Pasaba los días en la habitación del hospital, «viendo la televisión y con una bici estática». La idea era ejercitarse para recuperar la masa muscular perdida por el tratamiento, «pero en la práctica apenas podía moverme. Sobre todo en el primer ciclo. No lo pasé muy bien.Bajé de 55 kilos a 45», dice.
Aunque se considera «fuerte de mente», tuvo muchos «momentos de bajón». Había días en los que la pregunta 'por qué yo' le invadía y no lograba salir de ese bucle. «Me sentía muy mal», admite. Pero es «obediente»y, si quería sobrevivir, no le quedaba otra que seguir todas las directrices que le daban los médicos y enfermeras, a los que está «muy agradecido». También guarda «especial cariño» a las trabajadoras de la asociación de padres de niños oncológicos de Gipuzkoa Aspanogi.
Sin ese apoyo, el día a día en el Hospital Donostia hubiera sido «aún más duro». Primero fueron los casi cuatro meses de quimioterapia, en los que estaba acompañado por su madre o por su padre. A su hermana Laia, que luego se convertiría en su ángel de la guarda, estuvo sin verle semanas, «más de un mes». Su familia de Barcelona, donde empezó todo, también fue a visitarle, pero tuvo que verles desde la ventana, él arriba y ellos abajo, en la calle. «Estaba muy bajito de defensas» y no podía correr el riesgo de contagiarse de algún virus. Solamente recibió a su mejor amigo en el hospital, y estuvieron «jugando a la play. Desconectar es importante en una situación como esa, en las que te ves envuelto en la rutina y frustra ver que día tras día todo sigue igual».
Markel Lecertua
Diagnosticado de leucemia a los 13 años
Después de la quimioterapia llegó el transplante medular. «Por suerte», su hermana era «supercompatible» con él. Le hicieron las pruebas y todo salió bien, por lo que enseguida pasaron a la acción. «Cuando me pincharon su médula, que es como cuando te sacan sangre, me entró mucho sueño. Solo quería dormir», asegura. Desde entonces, se siente «mucho más unido» a Laia. «Antes nos peleábamos mucho más, ahora nos llevamos mejor. Siempre llevaré una parte de ella conmigo. En ese momento, incluso bromeábamos sobre mis gustos, a ver si iban a cambiar y me iban a empezar a gustar los unicornios», comenta entre risas.
Sea como fuere, la realidad es que Markel está «hoy aquí gracias a su donación de médula». Lo cuenta «feliz», pero en aquel momento lo vivió diferente. «Fue lo peor de todo el proceso. Vomitaba hasta once veces al día. No tenía fuerzas... Sin duda, el transplante fue lo más duro de todo. A veces no podía ni comer». Y entre tanto, llegó el 31 de diciembre de ese mismo año, 2019, y Markel pudo volver a su casa. Fue la mejor Nochevieja que su familia podía imaginar. «Apenas aguanté despierto hasta las doce y media», apunta. Fue «comer las uvas y caer rendido», pero al menos estaba en su casa, lejos de las cuatro paredes blancas del hospital.
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«El desconocimiento», asegura, le ha ayudado a «llevar mejor la enfermedad. Fue complicada, pero no era consciente de la dimensión de esta leucemia». Casi un lustro después, mira a ese Markel de 13 años de otro modo. Cuando un amigo que también sufría su tipo de cáncer falleció hace un año, su tranquilidad se «tambaleó». Era un joven que había conocido por redes sociales a través de Aspanogi. No llegaron a quedar en persona. El último mensaje que intercambiaron fue un 'ya quedaremos'. Nunca se llegó a materializar ese encuentro porque «en una recaída que tuvo el chico, murió. Solo he sentido miedo en dos ocasiones. Una, en ese momento, al pensar que si recaigo me muero. Y la otra cuando una médico, sin nada de tacto, me tocó el abdomen y me dijo que tenía 'algo grave'. Me quedé 'en shock'. No supe reaccionar. Por suerte, todo ha pasado».
Markel estudia Bachillerato de Humanidades y aún no sabe a lo que se quiere dedicar. Prefiere no pensar en el futuro. La leucemia le ha cambiado la forma de ver la vida, sobre todo lo impredecible. «Me he vuelto más estoico», dice. «Quizá para protegerme. Intento no pensar en las opciones de recaer, por ejemplo. Igual que me puede pasar eso también puedo tener cualquier otra enfermedad. No puedo controlarlo y tengo que aceptarlo». También ha cambiado su humor. «Antes hacía muchos chistes de mal gusto. Bromeaba con el cáncer, pero ahora lo evito. Cuando escucho a alguien hacerlo solo puedo pensar en lo mal que se pasa cuando se enferma».
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