«Es duro cuando lo pierdes todo, suerte que estamos vivos»

Ballester, resignado, explica en un tono de voz que desciende paulatinamente que «ya no queda nada... Vinimos hace cuatro días y nos lo encontramos todo destrozado, todos los coches dentro contra la pared. Vino el Ejército hace dos días y retiró los vehículos, pero sobre todo han sido voluntarios con todoterrenos los que más han ayudado en esas labores. Las fuerzas y cuerpos quizás fueron a otros pueblos, pero aquí han venido más tarde y hemos estado entre todos ayudándonos, y así estamos. Todas las calles con fango y los vecinos sin apenas poder salir de sus casas».

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Preguntado por si nos podía describir cómo era el local hace ocho días, transmite que «en un lado había muchísima maquinaria, era todo maquinaria. Por ese lado aires acondicionados y la entrada era allí», señala un hueco entre dos columnas que es difícil de intuir que fuera el acceso del comercio dado que el interior del local está completamente desnudo. «Pero ahora no queda absolutamente nada. Solo quedan los muros».

Él es el cuñado del jefe. «Es duro cuando lo pierdes todo, suerte que nos hemos salvado todos porque mi hermana no vive en un primer piso, porque todos los bajos de ahí detrás están destrozados, como esta empresa».