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Formo parte de un grupo de unos quince turistas. Vamos a ver lo que el guía califica como la Barcelona canalla. El barrio del Raval. Zona muy céntrica, pero que se sale de los circuitos más masificados por los guiris. El lazarillo nos recibe con ... un paraguas amarillo. Son las 17.30. Hace un calor de justicia. El 'tour' empieza detrás de la catedral.
Nuestro cicerone comienza dando unos breves apuntes sobre la historia de la ciudad. Muralla romana, muralla medieval, barrio judío… Más o menos, todos se sitúan. Es la primera vez que viajan a Barcelona. Hay turistas españoles (Madrid y Córdoba) y latinoamericanos (Colombia, Argentina y Chile). En esta ocasión, no hace falta traducción simultánea. El guía es canario. Ha pasado por varios destinos. El anterior fue Berlín.
De entrada, ya advierte de que no nos va a enseñar lo típico de las postales. «Fuera etiquetas y fuera prejuicios», reclama. También previene de los carteristas. «Está todo petado», dice. Julio, viajero senior de Buenos Aires, pregunta. «¿Qué es petado, en Argentina no usamos esa expresión?». Se le explica que la ciudad está llena de turistas, como él y como los otros 14 miembros del grupo expedicionario.
«En esta ruta descubriremos los misterios que esconde el cosmopolita barrio del Raval», anuncia el reclamo de la compañía. Bueno, tampoco es para tanto. A Indiana Jones no se le ha perdido nada aquí. Del entorno de la catedral, vamos a las Ramblas. «Significa arroyo en árabe», explica nuestro capitán. Paramos junto al mosaico de Miró y lo ignora. Tampoco hace mención al trágico atentado yihadista del 17-A de 2017. Sí cuenta parte de la historia del Liceo. Que si era el templo de la burguesía y que en el siglo pasado era una especie de 'palco del Bernabéu' para hacer negocios. Obvia también el 'pequeño' detalle de su incendio y reconstrucción. Nos cuenta que la alta burguesía, tras los conciertos de ópera, se iba de farra. De bares y prostíbulos. Nos quiere enseñar alguno. Pero antes, nos dice que si queremos conocer un mercado auténtico de Barcelona, mejor que no vayamos a la Boquería. «Es de guiris», recalca. Es curioso que a un turista le digas que no vaya a un sitio porque hay turistas. Mejor a Santa Caterina, nos informa. Estoy de acuerdo.
Desde ahí, nos enseña una antigua fábrica de paraguas, una farmacia modernista y nos lleva al 'chino', al barrio que, según nos relata, cambió para siempre tras los Juegos del 92. Hay un antes y un después. «Empieza la higienización», dice. La primera parada en el barrio chino, «el de las putas y los yonkis», es el bar Marsella. Un templo. «Mi favorito», afirma. «Aquí venían Picasso y Dalí a beber absenta, es el segundo bar más antiguo de España», asegura.
Es citar a Picasso, Dalí y algo de beber y el grupo presta más atención. «Que nadie pida un cóctel», avisa. Se puede ser guiri, pero es mejor disimular. La absenta, eso sí, recalca que está rebajada y 'solo' tiene 50 grados de alcohol. Como la ruta solo dura dos horas, no da tiempo de tomarse un trago. «Es mejor que volváis a partir de las ocho», recomienda. Los más jóvenes del grupo toman nota. Ya tienen plan para la noche. También aconseja la terraza de la Filmoteca, el Monroe, el London (a pesar del nombre, no hay tanto turista), el Makinavaja («superauténtico») o el Roux, «de rollito LGTBI». Estamos ya en la rambla del Raval, junto al gato de Botero y, además de apuntes históricos, hace un repaso socioeconómico. Habla de gentrificación, de la ocupación (hay una mala y una buena, según cuenta), del bullying inmobiliario, de los problemas de alquiler y de la gente mayor.
Nos adentramos en alguna calle, que nos la vende como la más «chunga» de la ciudad. «Disfrutad ahora, porque en unas horas no podréis pasear por aquí», advierte. El 59% de la población del barrio es extranjera, relata. Pero ahí está, a su juicio, el encanto. La diversidad. La oferta gastronómica en la zona es muy variada. «Aquí están los mejores 'paquis' e hindúes de Barcelona», señala. Los turistas siguen tomando notas, pero hacen pocas preguntas. Más bien ninguna. No sé si es por falta de interés o porque ya se dan por satisfechos con toda la información facilitada.
La última parada es en el antiguo hospital de Santa Creu. Habla de Gaudí. «¿Saben cómo murió?», pregunta. «Atropellado», contesta uno de los miembros de la expedición. «Ayy, qué bajón», añaden las más jóvenes del grupo. «Por las barbas que llevaba, pensaron que era un vagabundo», relata. Quizá murió por eso, porque le llevaron al hospital de los pobres, remata. En una plaza de aquí a la vuelta, avisa, venden drogas. «¿Se puede comprar?», pregunta uno de los viajeros. No hay respuesta. Nos quedamos con la duda de si la pregunta era con ironía o si iba en serio.
El 'tour 'acaba en la plaza del Macba. Llena de skaters. Es el contraste del Raval. Lo más moderno y lo más decadente se dan la mano. «¿A que no parece tan peligroso?», remata. Nadie contesta. Para no llevarle la contraria. La visita se acaba con la propina que cada uno da al guía. Entre 10 y 20 euros por barba. Eso quiere decir que han quedado satisfechos. Quizá otro día me una al grupo que va a la Sagrada Familia, al paseo de Gràcia o al parque Güell.
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