En 1974, cuando el romance era ya historia, Onassis volvió a llamar a Evans para terminar su encargo: «Odio dejar las cosas a medias», le dijo citándolo de nuevo como si el tiempo no hubiera pasado. Evans acudió a la cita y volvió a escucharlo. Meses después, Ari fallecía. Evans investigó por su cuenta durante diez años más, y en 1986 publicó la biografía más completa sobre el que fuera el hombre más rico del mundo. Christina, su hija, tardó dos años en decidirse a leer el libro que describía a su padre como «un psicópata encantador de serpientes. Un hombre que no amaba a ninguna mujer. Un maltratador que dependía sólo de su imagen, su dinero y su poder para vivir».
Bobby Kennedy y Onassis se odiaron enseguida. Los dos eran conquistadores compulsivos, cínicos y mujeriegos
En 1988, Cristina se encontró con Evans en París para darle su opinión: «El libro está muy bien, pero hay algo que has ignorado. Mi padre estuvo involucrado en un suceso que me intranquiliza. Es algo importante: tiene que ver con el asesinato de Bobby Kennedy. Cristina se iba en esos días a Buenos Aires y prometió comentarle más a su regreso. Lo citó un mes más tarde, para la celebración de su 38 cumpleaños, en el lujoso restaurante Maxim’s de París. Pero la muerte de la hija de Onassis por una sobredosis de somníferos truncó ese encuentro. Evans volvía a tener vía libre para investigar. Durante 15 años lo hizo juntando las piezas que habían quedado sueltas. La conclusión fue espeluznante. Y la convirtió en un libro, Némesis, la verdadera historia.
Corría el año 1968. Ari era el dueño privado de la compañía aérea Olympic Airways. Para garantizar su seguridad y la de sus aviones, decidió pagar tres millones de los actuales euros a Mahmoud Hamshari. Se trataba de un matón, miembro de Al Fatah, que años después se haría famoso por participar en el atentado de las Olimpiadas de Múnich como integrante del grupo Septiembre Negro. Hamshari por entonces tenía en mente otros planes: después de la Guerra de los Seis Días, el golpe ideal era «matar a un americano prominente en suelo americano». Dos semanas más tarde, Bobby Kennedy era asesinado por Sirhan Sirhan, un inmigrante palestino conectado a Hamsari.
«Yo di el dinero para asesinar a Bobby Kennedy. Antes o después, alguien iba a cargarse a ese cabrón. Y lo hice yo», dijo Ari a Helene, su última amante
Cristina sabía que el dinero que Hamsari había recibido había llegado al asesino de Bobby y tenía miedo de que su padre fuese acusado de la muerte. «Ella creía que se trataba de una infeliz coincidencia», ha comentado Evans en diversas entrevistas. Con el tiempo, y una investigación meticulosa, el periodista descubrió que Onassis sí sabía que el dinero iba a ser utilizado, también, para matar a Bobby, quien en aquel momento estaba en la recta final de su carrera a la presidencia. Al final de su vida, Onassis se confesó, según Evans, con su última amante, Helene Gaillet, en su isla de Skorpios. «Helene, quiero contarte algo: yo facilité el dinero para asesinar a Bobby Kennedy. Tarde o temprano, alguien iba a cargarse a ese cabrón. Y fui yo». ¿Por qué quería verlo muerto? Para saldar una larga rivalidad en la que Jackie era la pieza final.
Ari Onassis había nacido en 1900 en Smyrna, Grecia. Con 23 años se fue a Argentina. Invirtió en barcos navieros comprados ilegalmente y comenzó a entrar en el negocio del petróleo. Tina Livanos, su primera mujer, hija de un magnate naviero griego, le ayudó a cimentar su poder. Pero la enemistad con Bobby Kennedy no se concretó hasta los años 50.
Onassis estaba a punto de cerrar un acuerdo millonario con Arabia Saudí que lo convertiría en el amo del transporte de petróleo a Estados Unidos. Su cuñado Niarchos y Bobby Kennedy lo impidieron
En 1953, Onassis estaba a punto de cerrar un acuerdo millonario con Arabia Saudí que lo convertiría en el amo del transporte de petróleo a Estados Unidos. Además, era un redomado mujeriego al que su mujer despreciaba. Con él, todo eran vendettas en las que cada semana aparecía una nueva amante. Para consolarse, su esposa, Tina, había iniciado un romance con Stavros Niarchos, el marido de su propia hermana, Eugenia, y rival comercial de Ari. Despechada por las numerosas infidelidades, Tina ejecutó su venganza: robó el contrato que había redactado su esposo y se lo entregó a su cuñado antes de que lo firmara el rey saudí. Niarchos, que tenía muy buenas relaciones con el Gobierno americano, utilizó sus contactos en la Casa Blanca para bloquear el acuerdo. Y lo logró. Todo, gracias a otro eslabón de la cadena: Bobby Kennedy, que había conocido a Onassis en un cóctel en Nueva York cuando trabajaba como asesor de la comisión de investigaciones antiamericanas del senador McCarthy.
Al político no le costó nada acusar a Onassis de hacer negocios con la China comunista, ni bloquear el acuerdo con Arabia Saudí y Estados Unidos. Evans explica que se odiaron de inmediato porque ambos eran hombres que podían ser muy peligrosos y a la vez seductores. «Conquistadores compulsivos, cínicos, mentirosos, mujeriegos y con muchas ansias de poder». El tiempo pasó entre intrigas y lujos. Ari supo reconducir sus negocios, se compró Skorpio, su propia isla, y sedujo a cuantas mujeres subieron a bordo de su yate privado, el Cristina. Incluida Jackie.
JFK y Jackie conocieron a Onassis cuando John era senador, pero fue en 1963 cuando Jackie aceptó la invitación de Onassis para «descansar unos días en su barco». Tanto su marido como su hermano Bobby intentaron impedirlo. Pero Jackie, despechada por las infidelidades de JFK, prefirió desquitarse. Un mes después, JFK era asesinado. Su viuda se había convertido en una herramienta política muy poderosa. Bobby la quería y Onassis también. Pero Jackie eligió la fortuna de Onassis.
Cuando Cristina firmó el último cheque de su padre para Jackie, le dijo: «Es todo dinero sucio. Seguro que te has ganado cada céntimo»
Como a héroes griegos, la tragedia nunca dio tregua a estos personajes. En enero de 1973, Alexander, el hijo de Onassis, murió en un extraño accidente con su avión privado (igual que le sucedería al hijo de Jackie y JFK, John John en 1999). Para entonces la separación entre Jackie y Onassis era un hecho, aunque nunca se divorciaron. En los papeles la unión duró seis años, hasta la muerte del armador en 1975, pero el amor acabó pronto.
Alexander, el hijo de Onassis, estuvo en coma varias semanas, conectado a un respirador. A su lado estaba su novia, Fiona Thyssen, consternada tanto como lo estaba su padre, Aristóteles. La multimillonaria recuerda una anécdota que describe el verdadero interés de Jackie por Onassis: mientras esperaban para desconectar el respirador, Jackie se sentó a su lado y le tomó la mano. «Pensé que me iba a ofrecer sus condolencias, pero, en cambio, me dijo: ‘Fiona, Alexander sabía que su padre y yo nos planteamos el divorcio. ¿Te dijo alguna vez cuánto dinero cree que me corresponde tras la separación?’».
Con la muerte de Ari, Jackie debía recibir, según había dejado escrito Onassis en su testamento, «un ingreso anual de 150.000 dólares». Pero negoció con su hija, Christina Onassis, y heredera de toda su fortuna, recibir 26 millones de dólares a cambio de renunciar a futuras reclamaciones. Cuando Christina firmó ese último cheque, Jackie se lo arrebató de las manos. Christina sonrió y le dijo: «Es todo dinero sucio. Estoy segura de que te has ganado cada céntimo de ese cheque».