«No hay que ser jabatas, sino mujeres normales»
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Dos comisarias y una intendente, las mujeres que más alto han llegado en la Ertzaintza, advierten de que «aún queda mucho camino» para lograr la igualdadAinhoa de las Heras
Sábado, 5 de febrero 2022
Las 94 pioneras entraron en la recién creada Ertzaintza en la segunda promoción, en 1983. En la primera solo se admitió a hombres porque uno de los requisitos era haber completado la mili. El pasado 1 de diciembre salieron a la calle las 205 últimas ertzainas, en la promoción 29. Con ellas se ha alcanzado el mayor porcentaje de incorporaciones femeninas a la Policía autonómica, un 31% del total de los que entraron. Entre ambos momentos han pasado 40 años y muchos pequeños avances, pero ha habido que esperar a esta última década para ver hitos como la llegada de la primera nagusi, en 2011, o el nombramiento de una jefa de División en la cúpula, en 2013. En ambos casos, hablamos de la misma mujer, Maite Salaberria, recién jubilada.
En el techo de cristal del Cuerpo se abrió un boquete el pasado diciembre. Un mes histórico por la designación de la primera mujer como directora de la Ertzaintza. Es Vicky Landa, que hasta ese momento era la jefa de una de las comisarías de las tres capitales vascas, la de Vitoria. Otra de sus compañeras, Miren Zamakola, está al frente de la Unidad Canina.
Con motivo de la conmemoración del cuadragésimo aniversario de la Policía autonómica, que se cumple el próximo 8 de febrero, DV reúne a tres de las mujeres que más alto han escalado en el escalafón. Maite Salaberria, que llegó a ser intendente y superintendente (nivel que ya no existe), y las comisarias Arantza Otaegi, nagusi de Getxo, y Sandra Ranea, destinada en la Policía Científica, que acaban de terminar el curso de formación. Las tres son muy respetadas entre la plantilla y se han convertido en «referentes femeninos» en los que se pueden mirar las jóvenes. «Nunca pensé que vería a una mujer al frente de la Ertzaintza», reconoce Otaegi, que fue compañera de Vicky Landa en la tercera promoción. No obstante, advierten de que «aún hay mucho camino de mejora» para alcanzar el deseado equilibrio, la igualdad entre sexos, sobre todo «en la escala jerárquica». Lo mismo que ocurre en el resto de la sociedad.
1.223 mujeres hay en la actualidad en la Ertzaintza, lo que representa un 16,22% del contingente de 7.571 agentes.
42,34 años es la media de edad de las agentes, casi cuatro años inferior a la general de la Ertzaintza, de 46,06.
¿Cómo han llegado a promocionar tan alto en un mundo masculinizado como el policial? «Con mucho esfuerzo» y sufriendo «la soledad de ser la única» entre muchos. Aunque desde el principio se han sentido «protegidas» por sus compañeros, en ocasiones incluso con un punto «paternalista o condescendiente», también se las ha mirado «con lupa». Y admiten que, tal vez como contrapartida, cayeron en la excesiva «autoexigencia», en la necesidad de intentar «demostrar más que ellos». La experiencia les ha enseñado que «no hay que ser jabatas, sino mujeres normales y corrientes, aportar lo que cada una pueda», aconseja la nagusi de Getxo. «Hay que huir de las 'superwoman'. No somos heroínas, pero tampoco hay que ponerse barreras ni límites», añade Ranea.
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Maite Salaberria anima a las ertzainas a asumir puestos de responsabilidad, aunque reconoce que el camino está lleno de obstáculos y «sinsabores». En su caso, fue nombrada jefa de División de la Policía de lo Criminal, la máxima responsable de investigación, con la anterior consejera de Seguridad, Estefanía Beltrán de Heredia. «Me posicionaron por encima de los demás intendentes, todos con más años de carrera que yo. Tuve que escuchar que estaba ahí por ser mujer, pero yo tenía mi currículum. Fue un momento muy difícil, pero, luego, el día a día acaba con todos los recelos», apunta.
Sandra Ranea, Comisaria de Policía Científica
Donostiarra de cuna, se licenció en la quinta promoción con otras 33 «valientes» (6,48% del total). Después de cinco años patrullando, se convirtió en 'askatu' (agente camuflada) en Andoain. A partir de entonces, su trayectoria se encaminó hacia la investigación, un área policial que le motiva «enormemente». «Es como completar un puzle. Hay que buscar los fallos del autor para dar con su identidad. Y despierta la creatividad», ilustra. Ella y su equipo resolvieron «el primer asesinato sin cadáver en Euskadi», el de Elisabete Urbieta, de 39 años, en 2002. El homicida, un vecino de la víctima, «terminó confesando que había arrojado sus restos al fondo de un barranco», en Hernani. En su historial profesional, casos tan complejos como los crímenes del falso shaolín en Bilbao o el de los hermanos Braceras, que dieron muerte a un abogado de Mungia que quería estafarles.
«En la Policía hay multitud de vertientes», apunta. Posibilidades en las que cualquier mujer puede encontrar su espacio. Mientras que en la Unidad de Intervención (BTT), Berrozi, especializada en enfrentamientos con personas armadas, o en la de Explosivos «no hay mujeres», la Policía Científica suma el mayor porcentaje de uniformadas.
Arantza Otaegi, Nagusi de Getxo
«Siento como un fracaso en mi carrera el hecho de no haber sido escolta. Me hubiera encantado. En 1986 salieron plazas, pero no cogieron a mujeres», lamenta Arantza Otaegi. Se licenció en la tercera promoción y «abrimos la comisaría de Bergara en 1984». Recuerda con cariño las «'korrikas' por el Casco Viejo». «Ahí te dabas cuenta de que la seguridad de la población dependía de ti», resume. Pese a que el terrorismo azotaba las calles vascas, «también teníamos muchas filias entre la gente, en las tiendas...». Se especializó en Policía Judicial formándose con el juez Del Olmo «cuando él estaba en Durango». Sus compañeras admiran su «presencia y seguridad». «Hay que intentar proyectar», asume ella. Tras ejercer dos años como nagusi de Erandio, ahora es comisaria en Getxo, una 'ertzainetxea' «con mucha salsa, con muchas cosas por hacer». «ETA y el covid han sido las dos situaciones más duras que he vivido en la Ertzaintza -confiesa-. Por la incertidumbre». Reconoce que en los primeros meses del estado de alarma llegaba a la comisaría con «pavor» por saber «cuántos» agentes se habían contagiado. «No tuvimos ni un caso hasta agosto. Hacíamos los 'briefing' en la calle». Le inquietaba singularmente cómo afectaría al servicio al ciudadano un brote masivo en el centro policial o la «respuesta social» ante un hipotético desabastecimiento provocado por el confinamiento y las restricciones de movilidad.
Maite Salaberria, Intendente ya retirada
Sandra Ranea, vizcaína, como la mayoría de ertzainas, opositó con 18 años en la tercera promoción. Lo decidió en una visita con el colegio de monjas a la Academia de Arkaute. Cuando el guía preguntó quién quería ser policía, solo ella levantó la mano. «No es un trabajo, sino una identidad. Ser ertzaina me define». Su área hasta ahora ha sido la Protección Ciudadana. Admite que disfruta con el estrés del Centro de Mando y Control, al que estuvo asignada y donde «se gestionan recursos y se priorizan incidentes». Cuando la habilitaron como subcomisaria, recaló en la Secretaría General y ha participado junto a Salaberria y otras compañeras en el grupo de Igualdad de la Policía vasca. Ranea y Otaegi son dos de las cuatro mujeres que, junto a veinte hombres, se presentaron al curso de comisario que terminó en diciembre.
Las tres protagonistas de este reportaje son madres y han sufrido la «culpabilidad» de dedicarse con pasión a sus carreras profesionales. A veces, con la sensación de estar abandonando a sus hijos, algo que les ha provocado una «fractura personal» y que, desde su actual perspectiva, juzgan preciso «intentar desterrar». «La atención y el cuidado es tarea de todos», proclama Ranea, que aboga por la «corresponsabilidad de las parejas». «La ambición profesional en el hombre se ve como algo positivo, mientras que a la mujer que lo hace se la considera una egoísta que desatiende a los hijos o el hogar», censura.
Ella ha tardado años en poder reproducir sin lágrimas las palabras que su hijo, que entonces tenía 12 años, le deslizó inocentemente al terminar un proyecto sobre el suicidio. «Me volqué en él durante seis meses», cuenta. Cuando la invitaron a presentarlo en el Palacio Miramar y en los cursos de verano de la UPV, el niño le soltó: «Diles que este trabajo lo has hecho con el tiempo que le has quitado a tu hijo». Sandra le dedicó el libro: «Por las horas robadas».
Presente. Crece la presencia femenina al 30%. La incorporación de la mujer a la plantilla está creciendo. En las últimas ocho promociones (21 a 28), el porcentaje de mujeres que ha entrado en la Academia ha sido superior al 14%. En las cuatro últimas, todavía mayor; y en la 29, del 31%.
Futuro. Plan para el acceso de las mujeres. El objetivo del Departamento de Seguridad pasa por continuar equilibrando su presencia. Para ello, este año va a desarrollar el Plan de promoción del acceso de las mujeres a la Ertzaintza.
Otaegi también sintió el mismo desgarro cuando, en plena baja maternal, le nombraron jefa de centro en Bilbao. «Me cuidaba al niño mi cuñada. Se lo dejaba por la mañana y le recogíamos por la noche. A veces, cuando le iba a coger en brazos, no quería venir conmigo», recuerda aún con un pellizco en el corazón.
Maite Salaberria prefiere ver el lado positivo. «Es una cuestión educacional. Yo he hablado con mis hijos, ya mayores, del sentimiento de abandono y en realidad no existe». Cuando ella tenía dudas de si presentarse a algún ascenso, su madre la animaba: «Pero, ¿qué son tres meses en la vida de tus hijos?». Se acaba de jubilar con 59. Adoptó un pastor alemán retirado de la Unidad Canina, 'Bost', y ahora se dedica a caminar con él, a hacer deporte y a la música. Canta en un coro y está aprendiendo a tocar la guitarra. «Tenía muy claro que quería aprovechar y disfrutar del resto de la vida».
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