Lágrimas de resistencia para alcanzar la libertad
10 años del final de ETA ·
Alcaldes y concejales soportaron las amenazas y la presión de ETA en municipios donde se respiraba un clima hostil que les obligó a vivir durante años bajo protección10 años del final de ETA ·
Alcaldes y concejales soportaron las amenazas y la presión de ETA en municipios donde se respiraba un clima hostil que les obligó a vivir durante años bajo protecciónDesprendidos al fin de una presión irracional que les coartó su libertad, hoy caminan sin la necesidad de mirar atrás por aquellos mismos lugares en los que hace una década era impensable transitar sin la protección de escoltas. Municipios con un fuerte arraigo de la ... izquierda abertzale donde alcaldes y concejales del PSE-EE y el PP se vieron obligados a vivir bajo las amenazas de ETA y el hostigamiento de una parte de la sociedad que aplaudía o callaba.
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Diez años después del cese definitivo de la violencia, Juan Carlos Merino, exalcalde socialista de Errenteria; Asun Guerra, exconcejala del PP en Andoain; y Estefanía Morcillo, exconcejala del PSE-EE en Hernani, relatan su dolor, pero también reflexionan sobre la evolución de la convivencia y los pasos que aún faltan por dar.
Juan Carlos Merino | Exalcalde socialista de Errenteria
Diez años después, el sufrimiento contenido aún humedece los ojos de un exalcalde perseguido por las amenazas y el acoso de ETA. Juan Carlos Merino echa mano de un pañuelo de tela y se seca esa mirada vidriosa incontrolada que brota nada más empezar a contar su historia. Suspira. Coge aire. Ladea media sonrisa y narra su relato, el de un regidor en Errenteria que se vio obligado a vivir bajo la protección de escoltas durante una larga década. «En 2001, de pronto, perdí mi libertad y la espontaneidad. Había sitios a los que me recomendaban no ir; nació mi nieta y no podía estar con ella cuando quería...», recuerda.
Entonces, Merino era concejal del PSE y ya había padecido la sinrazón de los radicales: en 1998 calcinaron su coche. Un ataque que no fue aislado. Las pintadas o incluso una agresión física no se pueden comparar, sin embargo, con aquel 27 de mayo de 2003, cuando su vivienda fue atacada con varios cócteles molotov. Él, su mujer y sus hijos dormían en casa. «Lo que me dolía era mi familia... Muchas veces me callaba para no preocuparles y arrancaba los carteles o avisaba para que vinieran a tapar una diana con mi nombre antes de que lo vieran», relata.
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Pero, ¿qué le lleva a una persona a aguantar estoicamente aquella presión sabiendo que su vida corría peligro? «Tu amor propio, el orgullo de decirme a mí mismo que no me iban a achantar y porque veía que había que resistir ante el panorama social y político que teníamos», cuenta. Y no se esconde: más allá de que ETA quisiese asesinarle, lo que le «acojonaba» de verdad era sufrir un secuestro como el que padeció Ortega Lara.
Víctimas de casos sin resolver
A. González Egaña
A. González Egaña
A. González Egaña
A. González Egaña
El aislamiento social que provocaron quienes dejaron de saludarle por la calle o aquella llamada inesperada de Alfredo Pérez Rubalcaba para recomendarle que dejara de visitar su casa en Las Landas, dio paso a aquel ansiado comunicado que Merino escuchó con recelo. «Había habido treguas que se habían roto... No terminaba de creérmelo», reconoce.
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Pero el alto al fuego definitivo de ETA se convirtió en una realidad que permitió a Merino vivir sin aquellos dos hombres que guardaban su espalda. «Fue una ilusión inmensa, pero al principio también me sentí un poco desnudo y seguía teniendo ese poso de mirar hacia atrás». Hoy esos 'tics' han desaparecido. Pasea sin temor por aquellas calles 'prohibidas' de una localidad, Errenteria, que también ha cambiado de estética. «Los servicios de limpieza no daban abasto para retirar carteles y borrar mensajes o amenazas; y no es que ahora esté todo brillante, pero no es ni un 10% de lo que era antes», asegura. Hoy, dice, la convivencia es bien distinta. Incluso aquellas personas que le evitaban han vuelto a devolverle el saludo. «No sé si entonces era por miedo o es que ahora han cambiado de ideas...», duda.
«Seguro que aún quedan rescoldos, pero ese enconamiento no se aprecia», admite Merino. Aunque sí hay algo que lamenta diez años después: «Cómo se ha pasado tan rápido la página... Es importante que socialmente se recuerde, sin rencor, todo lo que se ha sufrido», reclama Merino, que lamenta que EH Bildu aún no reconozca que «matar estuvo mal». Aunque también pone en valor la labor realizada por su sucesor en la Alcaldía, Julen Mendoza (EH Bildu), «por haber realizado iniciativas muy interesantes» en favor de la convivencia.
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Estefanía Morcillo | Exconcejala del PSE en Hernani
Era medianoche y Hernani dormía. Pero Estefanía Morcillo bajó con fuerza las escaleras del portal. Frenó y se paró en seco en la puerta, hasta que dio un paso al frente. Entonces, todos los temores le asaltaron sin piedad. Era la primera vez en muchos años que salía sola a la calle sin protección y tenía el corazón a mil. «Ya no aguantaba más y necesitaba dar pasos por mí sola sin que nadie me siguiera». Y no, no avisó a sus escoltas. Tan solo se sentó en un banco durante diez minutos y respiró. «Cuando me desactivaron la escolta -dice- fue el comienzo de mi nueva vida, porque antes sobrevivíamos más que vivir».
La biografía de Morcillo siempre estuvo marcada por la persecución de ETA: su padre, José Morcillo, era concejal del PSE en Hernani. «Desde pequeña noté la presión que se vivía...», reconoce esta arquitecta de 46 años que siguió los pasos de su progenitor, empujada por la injusticia y el dolor que sintió cuando asesinaron a Enrique Casas. Un punto de inflexión que se agravó en 1995, cuando su padre y otros compañeros sufrieron una brutal paliza. Un año después, con 21 años, fue ella quien sufrió la agresividad de los intolerantes cuando le partieron el labio de un puñetazo. «Aquello, lejos de amedrentarme, me reforzó más en mis convicciones de que esto no se podía permitir». Después, el nivel de amenaza creció. «Venían a casa a insultarnos y a gritarnos que nos fuéramos, nos hacían pintadas, nos enviaban amenazas por escrito...». Hasta que en 2003, dio un paso al frente como concejala del PSE.
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Diez años del final de ETA
Lorena Gil
Florencio Domínguez
F. Domínguez
10 años, 2 meses y 15 días escoltada fue el peaje de quien siempre creyó en la convivencia pacífica de su pueblo y siempre apostó por el diálogo a pesar de que había quienes le «revictimizaban». «Siempre tuve claro que nunca me iría de Hernani», asegura contundente. Aunque hoy es el día que todavía traga saliva al entrar en 'Lo viejo'. «No es fácil, reconozco que ese nerviosismo ha calado en mí. Se te agolpan los recuerdos...», dice Morcillo, que llevaba meses sin pisar la plaza del Ayuntamiento hasta que se prestó a hacerlo para ilustrar este reportaje. «En Hernani se han dado pasos, todavía tímidos porque es un camino largo, pero sí percibo que hay una cierta relajación», asegura. Un ejemplo: el monolito que se instaló en 2015 en reconocimiento a las víctimas.
Aun así, clama que el relato no se edulcore: «No se puede hablar de equidistancias, aquí hubo una banda terrorista que decidió asesinar, pero los demás no decidimos vivir con escoltas ni ser asesinados», defiende Morcillo, que cree que la única manera de sanar es «reconociendo el daño causado». Un dolor que le impide reprimir las lágrimas al recordar a todas las víctimas que no pudieron vivir aquel final. «Pensaba que cuando ETA acabase lo celebraría, pero cuando llegó el día lloré. Nos quitaron tantas cosas... que hasta nos robaron la posibilidad de celebrar su final». Y remata: «La resistencia mereció la pena porque por fin fuimos libres».
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Asun Guerra | Exconcejala del PP en Andoain
La plena libertad de Asun Guerra apenas empezó hace cuatro años, en 2017, cuando Interior le comunicó que le quitarían ese servicio que le protegió durante 18 años. La primera vez que salió a la calle con escolta, un 3 de diciembre de 1999 -una fecha que tiene grabada «a fuego»-, Guerra estaba embarazada de siete meses de su segunda hija. «Cinco días antes, ETA rompió la tregua. Y yo lloraba en el salón de mi casa preguntándome: ¿Qué va a ser de mis hijas?».
La exconcejala del PP -lo fue durante ocho años en Urnieta y otros tantos en Andoain- siempre se caracterizó por no tener pelos en la lengua. Algo que le situó más si cabe en la diana de los terroristas: su nombre apareció, al menos, en la lista de objetivos de dos comandos de ETA. Pero, realmente, el momento más duro se produjo cuando la Ertzaintza le informó que la banda tenía datos muy concretos de sus dos pequeñas, de 6 y 2 años: «Les habían seguido, sabían a qué colegio iban, a la hora que entraban y salían...», lamenta con enfado. «A mí, vale, porque asumí todas las consecuencias, pero a mis hijas que no me las tocaran».
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Guerra -médico en el ambulatorio donostiarra de Amara- regresa con paso firme a Andoain. Un lugar que no pisa jamás, a excepción de algún homenaje para recordar a Joseba 'Pagaza' y a José Luis López de Lacalle. «Siempre he venido a Andoain escoltada y reconozco que no me siento tranquila viniendo sola...», trata de justificarse. Y es que ella es consciente de la 'fortuna' que supuso no tener que convivir en un municipio donde existían esas «miradas de odio e insultos como ¡facha!» durante algunos plenos municipales. «En el PP no teníamos gente en los pueblos para hacer las listas... Yo venía a trabajar y me iba. Soy consciente de lo duro que fue para quienes tuvieron que convivir con sus vecinos en estas circunstancias», relata. Entonces, mira a la fachada del Ayuntamiento y sonríe. «Al menos he dejado una 'semillita' aquí», dice al ver que la bandera española sigue colgada en el balcón consistorial.
Guerra habla con crudeza sobre el fin de la violencia. Y sigue haciéndose la misma pregunta: «Dejaron las armas, ¿y? ¿Tengo que darles las gracias por no matarme?». A su juicio, la convivencia en Euskadi sigue atravesando «dificultades por la intolerancia de quienes no aceptan que esto es una país plural y que todo el mundo tiene derecho a pensar lo que quiera». «Sigue habiendo problemas para expresar ideas sin que te miren mal, te insulten e incluso te agredan», dice en alusión a las últimos ataques que han sufrido algunos jóvenes militantes del PP. Y es que, según Guerra, «ser del PP en el País Vasco sigue siendo hoy un estigma». «No voy a vivir del recuerdo y no siento odio. Pero ni olvido ni perdono», zanja.
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