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El pasado martes, el lehendakari y cuatro de sus consejeros comparecieron en el Parlamento para dar explicaciones por su gestión de la crisis del vertedero de Zaldibar. Fueron más de 4 horas de una tensa comparecencia en la que, en plena precampaña, la oposición cargó ... con dureza contra los responsables del Ejecutivo por su «descoordinación» y «falta de empatía».
A esa misma hora, Txisko y Rodolfo llegaron con su furgoneta a las instalaciones de Verter Recycling. Intercambiaron unos saludos con los ertzainas y operarios que ya estaban allí y se enfundaron las máscaras y los trajes protectores, ajenos a la bronca parlamentaria. Su prioridad era otra: encontrar a Joaquín Beltrán y Alberto Sololuze, los dos trabajadores sepultados bajo toneladas de escombros desde el 6 de febrero. Cogieron los planos y se pusieron a disposición de los responsables del operativo. Llevan haciéndolo los últimos 18 días, en turnos de más de 10 horas.
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Txisko es el hermano de Joaquín. Rodolfo, su mano derecha en la empresa. Llevaban dos décadas trabajando juntos. El día del colapso del vertedero estaban allí arriba. Rodolfo estaba subido a una excavadora, lo mismo que lleva haciendo toda la vida. Cuando el suelo empezó a abrirse bajo sus pies, trató de salir corriendo de allí. Pero ya era tarde y volvió a subirse a la máquina. Se deslizó ladera abajo unos 100 metros, como si estuviese surfeando, hasta detenerse sobre una gran montaña de escombros. Txisko cayó 200 metros. Parecía increíble, pero estaban intactos. «La vida nos ha dado otra oportunidad», reconocen.
Fueron momentos de gran confusión. Rodolfo y Txisko empezaron a buscar a sus compañeros. Localizaron semienterrado ladera abajo el coche de Joaquín. Tenía el motor encendido y el claxon estaba sonando. Rodolfo cogió una máquina y se puso a excavar para sacarlo. Pero su jefe en la empresa familiar, y sobre todo su amigo, no estaba allí.
Llegaron los servicios de emergencias. Nadie sabía por dónde buscar y los responsables de la compañía «tampoco aportaron los planos» desde el principio. Los perros estaban agotados por los olores que emanaban del vertedero. Los rescatadores les preguntaban dónde pensaban que podían estar, dónde estaba la báscula en la que trabajaba Alberto...
noches en vela
Ese día se fueron a casa a las dos de la madrugada. Volvieron cuatro horas después. Su papel era vital porque ayudaban a guiarse a los rescatadores sobre esa montaña de escombros. «Los primeros días la coordinación fue nula. Después de cuatro días todavía nos seguían preguntando dónde estaba la báscula. Nos duele que el ingeniero de la empresa no apareciese hasta el octavo día», se lamenta Txisko.
Con el paso del tiempo, su intervención ha ido disminuyendo. Básicamente porque los trabajos se han centrado en apagar los fuegos. Desde el pasado lunes, además, han apreciado que se están poniendo más medios para buscar a Alberto y a Joaquín. Pero ellos han seguido subiendo todos los días al barrio de Eitzaga para ayudar en lo que se pueda. Desde coger una excavadora para rastrear entre las basuras, hasta subir gasolina para que las grúas siguiesen funcionando. E incluso indicar la necesidad de crear canales para evitar que las aguas que caen de la montaña se filtren en el interior del vertedero, lo que podría provocar nuevos deslizamientos.
«No vamos a descansar hasta encontrarlos», repite Txisko una y otra vez. Lo dice de forma categórica porque Joaquín, su hermano mayor, es alguien muy especial en su vida. Y porque además es lo que le han prometido a Elena, su mujer. Rodolfo tardó tres días en ir a la casa de Joaquín. Después de tres jornadas sin apenas dormir, no se atrevía a ponerse delante de Elena y decirle que no era capaz de encontrar a su marido. «Me puse de rodillas y me derrumbé», confiesa. Elena le abrazó y le pidió que por favor le trajese de vuelta a casa. Abrazó también a su cuñado. «Hueles a Joaquín», le dijo. Su sobrino le rogó que no dejasen de buscar a su padre. A Txisko se le hizo un nudo en el estómago.
«me derrumbé»
Y eso es precisamente lo que hacen estos dos trabajadores de 48 y 51 años desde el 6 de febrero: buscar a Joaquín. La gran mayoría de sus compañeros en la empresa de excavaciones de Zalla ya han encontrado empleo en otras compañías. Pero ellos sólo piensan en el rescate. «Cuando me meto en la cama no quiero cerrar los ojos. Porque lo revivo una y otra vez», explica Rodolfo.
Después del caos inicial, están relativamente satisfechos porque han visto que el operativo se acelera. Eso les da cierta confianza, pero no van a dejar de acudir al vertedero. «No podemos dejarles ahí dentro entre basuras», insisten.
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