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El 17 de octubre de 2001 una avalancha sepultó a cinco jóvenes alpinistas vascos y navarros cuando trataban de ascender al Pumori, en el Nepal. Pese a que en un principio sus familiares concibieron la idea de ir hasta allí para recuperar los cuerpos de ... los fallecidos, finalmente desistieron de hacerlo. Era demasiado peligroso. Desde entonces, Aritz Artieda, Beñat Arrue, Iñaki Aiertza, Javi Arkauz y César Nieto reposan en el interior de un glaciar.
La muerte de los montañeros vascos Amaia Agirre e Iker Bilbao ha hecho revivir aquella tragedia a los familiares de los cinco desaparecidos. Una de ellos es Idoia Artieda. Su hermano Aritz tenía entonces 23 años y vivía en Etxarri Aranatz. «Me llamaron mis padres. Yo estaba trabajando fuera. Cuando me dijeron lo que había pasado lo dejé todo. Volví a casa en coche y fue la hora y media más terrible de mi vida. Volver conduciendo sola con esa incertidumbre, esa impotencia, ese desconocimiento, esa distancia, tan lejos... Fue duro», recuerda.
Sus padres le habían dicho que un alud había arrastrado a su hermano. Poco más sabían de lo que había ocurrido a miles de kilómetros de Etxarri Aranatz. «La distancia aumenta el desconocimiento y la impotencia», dice. Lo que sí sabían era que de un alud como el del Pumori es difícil salir con vida, aunque no por eso perdieron un rescoldo de esperanza. «Era una esperanza desesperada. Llegamos a pensar que Aritz estaba vivo, el corazón te decía que quizá estaba sepultado pero con vida, que seguro que lo podían rescatar, pero la realidad nos demostró que no. Es un muro que está ahí».
Idoia reconoce que la noticia del accidente en el Fitz Roy no le ha afectado demasiado y se apresura a explicar el motivo. «Supongo que tenemos el duelo ya elaborado, el callo hecho. Muchas veces en casa hemos hablado de lo que ocurrió en el Pumori y muchas veces el comentario ha sido que es algo que nos ha sucedido. A nosotros nos ha pasado eso con el hermano y con el tío».
En 1987, una avalancha mató a Jesús Mari Larraza, de 20 años, en el pico Comunismo, en Kirguistán, en la frontera con China. «Se lo llevó por delante», afirma Idoia. Ella pertenece a una familia de montañeros y puede que eso les lleve a reaccionar de una manera particular a este tipo de desgracias. «La palabra es asumir. Asumimos que es algo que puede pasar. Creo que es eso, se asume que puede pasar; interiormente se sabe. En nuestro caso es el hermano, el tío y un montón de amigos que hemos perdido en el monte». Los restos de Jesús Mari pudieron ser recuperados, lo que no ha ocurrido con Aritz, y eso marca una gran diferencia. «El proceso de duelo cuesta muchísimo más sin cuerpo, es mucho más duro. Eso lo sé por experiencia», afirma Idoia.
Lo intentaron, pero no fue posible. «Queríamos ir allí a hacer algo». Se sentían «con las manos atadas» por la distancia. No podían hacer más que aguardar noticias, esperar un milagro que pronto veron que no se iba a producir. «Queríamos conocer el sitio porque acercarnos donde estaban los cuerpos era muy difícil. Son más de 5.000 metros de altura, el terreno es complicado, con grandes rocas, y el sitio es peligroso».
El primer impulso de los familiares de los montañeros fue ir en su busca. «Nosotros lo intentamos. Contactamos por teléfono con Edurne Pasaban, que andaba en Katmandú, y le pedimos que mirara y valorase la posibilidad de un rescate, pero ella dijo que no, que era peligroso».
Un año después del accidente, Idoia viajó a Nepal junto con otros familiares de los desaparecidos. El viaje lo organizó el alpinista Benantxio Irureta, que años más tarde, en mayo de 2013, murió tras caer al vacío mientras ascendía al Aneto. «Fui porque lo necesitaba para elaborar el duelo, necesitaba conocer el sitio. Fue emocionantísimo, me dio paz y tranquilidad, fue como encontrarme con mi hermano. Allí colocamos una placa en homenaje a los cinco fallecidos, lloramos todo lo que quisimos, nos abrazamos, miramos a la montaña, sacamos fotos y volvimos a casa. Al año siguiente regresé con mis padres y mi hermana».
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Idoia ha pensado algunas veces que quizá llegue algún día en el que su hermano pueda regresar a casa. El cambio climático, que está cambiando la fisonomía de muchas montañas, da también paso a la imaginación. «Mi hermano y sus compañeros están en un glaciar y quizás algún día, con el deshielo, alguien encuentre un cuerpo, lo identifique y se lo diga a su familia. Quizá, puede ser, quién sabe. Es algo que me ha pasado por la cabeza».
La hermana de Aritz Artieda sabe lo que están viviendo los familiares de Amaia e Iker, por eso tampoco puede darles demasiados consejos. «Estarán pasando lo mismo que nosotros. Frustración, ansiedad, miedo, dolor... Tendrán que pasarlo, no les queda otra, no hay otra opción».
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