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El historiador Ludger Mees acuñó en su día la imagen del 'péndulo patriótico' para definir la trayectoria del PNV, a caballo entre el pragmatismo y la doctrina independentista. En un libro publicado a finales de los años 90 que escribió junto a otros ... dos investigadores retrataba las dos 'almas' del PNV. Pero el péndulo no solo marcaba la trayectoria del partido sino la existencia de sus dirigentes. Por ejemplo de Manuel Irujo.
Xabier Arzalluz participó en la presentación de este libro inédito realizado tras un minucioso análisis de los documentos guardados en los archivos jeltzales a pesar de que reconocía que discrepaba con parte de su contenido. En realidad, encarnaba a la perfección esa dualidad, unida con claridad al decisivo papel del PNV al inicio de la Transición y a su evolución posterior. Arzalluz fue en 1977 el portavoz de la Minoría Vasca en el Congreso en la legislatura constituyente: un contexto marcado por la debilidad de la incipiente democracia y bajo el ruido de sables. Si algo habían aconsejado los veteranos jeltzales como Juan Ajuriaguerra era la 'prudencia' y 'responsabilidad' para evitar una vuelta atrás. Eran conscientes de los errores y los horrores de la historia reciente. De una Guerra Civil y un exilio con consecuencias traumáticas en generaciones vascas. Y Arzalluz lo entendía. El sueño del PNV era la restauración del autogobierno, un nuevo Estatuto que conectaba con la legitimidad republicana quebrada por el franquismo. La restauración foral.
Aquel Arzalluz pragmático, como ha recordado alguna vez Iñaki Anasagasti, tenía un gran reconocimiento en Madrid. De hecho fue galardonado como 'europeo del año' junto a Felipe González. Arzalluz era un europeísta convencido que reivindicaba el federalismo comunitario. Y el papel del nacionalismo vasco en la construcción de una Europa política unida. Un ejemplo de su posibilismo fue su memorable discurso el día que se aprobó la Ley de Amnistía en otoño de 1977. Un proyecto que glosó como «el olvido de todos y para todos». La ovación fue general, solo similar a la que recibió Marcelino Camacho.
La impronta de Arzalluz ha marcado el devenir del PNV en los últimos 50 años. El anverso de su perfil era ese acento realista. El reverso era la energía ideológica que envolvía en una retórica de andar por casa, poco alambicada. Desde el púlpito se venía arriba. Él mismo se autodenominaba el 'perro del caserío', como metáfora de su carismático liderazgo en defensa de las esencias del nacionalismo que alguna vez describió, por encima de todo, como un sentimiento, una emoción, que había que conservar frente a las sofisticaciones de otras ideologías.
Azkoitia, el municipio en el que nació, ejerce una notable influencia en su vida. El mismo Anasagasti ha recordado las raíces familiares de Arzalluz, nacido en una familia carlista de la localidad. Como la mayoría de sus hermanos, inició estudios en el seminario. En 1956 se incorporó como profesor de lengua al colegio de los Jesuitas de Zaragoza. Fue ordenado sacerdote de la Compañía de Jesús el 2 de febrero de 1967. Pidió ir a Alemania y se fue a estudiar a Frankfurt, donde aprendió alemán, idioma que manejaba con soltura. Allí pasó tres años. Después, ya en Bonn, trabajó con los emigrantes españoles como capellán. Hacia 1970 abandonó la Compañía de Jesús. Regresó a Bilbao para impartir clases en la Universidad de Deusto en Bilbao. En agosto de 1968 dos acontecimientos le marcaron hondamente: la invasión de Checoslovaquia y el asesinato de Melitón Manzanas. Escribió a un dirigente del PNV que conocía, Josu Arenaza, que quería colaborar con el partido. Ajuriaguerra se entrevistó con él y desde entonces, en plena clandestinidad, comenzó su andadura política.
Los años 90 fueron un espejo elocuente de las dos almas, a veces en difícil cohabitación. El mismo jeltzale que abrazaba entonces el pactismo del inicio de la Transición, el mismo que se fotografiaba con Aznar sonriente o se intercambiaba con él botellas de Ribera de Duero como gestos de mutuo reconocimiento, había empezado a adoptar posiciones más radicales. «Más de uno quiere que nos tiremos al monte, pero por contra lo que vamos a hacer es plantar cara, de la manera que sea, al que nos quiera humillar», dijo un día en enero de 1993 bajo una de las polémicas tormentosas que protagonizaba. Aznar le respondió a las pocas horas: «Arzalluz quiere llegar a Lituania por vía de una operación de limpieza étnica». Años después terminaron estrechándose las manos.
Y es que, en 1996, la dirección del PNV dio un paso de relevancia al negociar con el entonces candidato del PP a la investidura, José María Aznar, que había conseguido una mayoría relativa. Aquel pacto logró un avance en las transferencias y en el Concierto Económico. El acuerdo se firmó en 1996 en la sede del PP de la calle Génova en Madrid y abrió una inédita 'luna de miel' entre el PNV y la derecha que terminó en la siguiente legislatura con la mayoría absoluta.
El cambio estratégico en Arzalluz empieza a fraguarse tras la caída del muro de Berlín y la disgregación de la URSS, con la llegada a la independencia de las repúblicas bálticas. El PNV empezó a agitar el principio del derecho de autodeterminación, que en el debate constitucional había despreciado como propio del marxismo, porque el nacionalismo reivindicaba la tradición de la reintegración foral plena de los derechos históricos como fuente de legitimidad previa a la Constitución . El PNV -en concreto su dirigente alavés Juan María Ollora- comenzó a teorizar sobre el 'ámbito vasco de decisión'. El punto de inflexión llegó con la ruptura de la Mesa de Ajuria Enea en febrero de 1998. Entonces el lehendakari José Antonio Ardanza presentó un plan que incluía un 'incentivo político' que permitiera la integración democrática de la izquierda abertzale. El PP lo rechazó de plano y los socialistas les siguieron en su posición.
La voladura del plan Ardanza dejó las manos libres al PNV para buscar una estrategia compartida con la izquierda abertzale que permitiera desactivar la violencia. Era la antesala del Pacto de Lizarra, que consumó la fractura entre nacionalistas y no nacionalistas. El Arzalluz más ortodoxo, según algunos de quienes compartieron con él responsabilidades en el PNV al inicio de la Transición, era el fruto de un convencimiento íntimo de que la unidad nacionalista podría precipitar el final de la violencia.
Arzalluz vivió a caballo entre su pasión por la política, su admiración de la historia, su vocación de enseñante, una fibra abertzale que se tensó en los últimos años y un acendrado humanismo socialcristiano que nunca abandonó. Una de sus alumnas en la Facultad de Derecho de Deusto, la socialista Idoia Mendia, recuerda su época de profesor en euskera: «Era ameno, con el atractivo de alguien que ha vivido la elaboración de la Constitución».
Una anécdota revela también su temperamento. Una vez que José Antonio Ardanza convocó al EBB al Palacio de Ajuria Enea para estudiar la elaboración del programa electoral, y después de una extensa intervención del lehendakari, Arzalluz comenzó a pasear inquieto de un lado a otro de la sala y sentenció: «Lo que te pasa, Ardanza, es que tú eres aristotélico, vienes del mundo de las deducciones, yo soy platónico, vengo del mundo de las intuiciones». Fue siempre ese olfato su gran activo reconocido por propios y rivales.
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