A esta Copa invitaba Illarramendi, pero...

Así que el equipo se dejó convidar por su jefe sobre el césped. 'Illarra' paró a Canales para el tercer minuto cuando Gorosabel subió al ataque. Cinco más tarde robó un balón clave cuando la perdieron, en el otro lado, entre Oyarzabal y Monreal. Tuvo la malicia de golpear con el balón al contrario cuando la presión le atosigaba. Y la dureza para llevársela ante Fekir en esa jugada en la que Pellegrini pedía su segunda amarilla. El equipo se sentía cómodo y protegido por su líder.

Pero cayó la noche sobre la capital andaluza, la niebla dibujó un escenario macabro y aparecieron los malos, esos que perturban el buen ambiente queriendo imponer su autoridad, aunque sea de manera injusta. «Yo no he sido, haya paz», clamaba el guipuzcoano, con buen talante. Aseguró que solo andaba por allí para recuperar el tiempo perdido y pasárselo bien con los suyos. Pero así son las noches cerradas. Idóneas para delinquir. No le tocó, pero vio la roja. Hizo 'hutsa' pero le expulsaron. Se acabó la fiesta. Illarramendi llevaba el bote y le forzaron a abandonar el campo. Los chavales, a callejear sin su referencia. Y a apoquinar por su cuenta, claro. De lo lindo. Porque los precios de las rondas subían y de qué manera.

Quedaba mucha noche y correrán ríos de tinta para analizar todo lo que pasó desde el minuto 49 hasta el 120. Pero la fiesta acabó cuando al que invitaba le expulsaron. Tendrá que ser la siguiente Copa. Esa que se sirve en abril no muy lejos del Benito Villamarín. Si el fútbol ya le debía una, ahora le adeuda otra pero muy grande. Del tamaño de un título.

Tal era la oscuridad que Imanol quiso que se hiciera la luz en el 84. Activó los focos especiales que guardaba para los momentos en los que el apagón es de proporciones colosales. Allí emergió Adnan Januzaj, bajo una luminiscencia cargada de crítica, expectación y morbo. El técnico realista decidió iluminar a su equipo con la genialidad del belga, a quien previamente también había preconfigurado con una doble advertencia, en privado y en público, por su actitud en los siete últimos minutos del encuentro del sábado en el Reale Arena.

El belga se supo el protagonista de la fiesta con semejante chorro de luz encima siguiéndole en todos sus movimientos. Sintió que tenía que convertirse en el vándalo de una noche sin ley y a por ello fue. Primero un disparo peligroso, luego un centro chut, otro remate de mérito en el 108 y hasta un gol que encendió, por unos segundos, una chispa en el seno de la expedición txuri-urdin. Pero no era el día. Seguían por allí los malos. Anulado.

Resultado, una noche que prometía, que empezó con un alegre reencuentro entre un capitán que no quería más que premiar a sus pupilos y una cuadrilla encantada de volver a gozar de la mejor compañía, que llegó a tener sus momentos de júbilo y celebración... Pero que terminó con una enorme sensación de tristeza, rabia e impotencia. Como cuando uno se ve envuelto en una bronca que no ha provocado y tiene consecuencias trágicas para quienes le rodean. Así se fue Illarramendi. ¡Una enorme pena!