Enara recibe en Errebote Plaza a su hijo pequeño, que vuelve del colegio en Lizartza. J.M. López
Crisis de la natalidad

«En Orexa somos los abuelos de todos los niños»

El municipio más pequeño ·

En esta localidad de Tolosaldea no ha nacido ningún niño dese el año 2017. El Ayuntamiento lucha para que los jóvenes no se vayan del pueblo.

Javier Guillenea

San Sebastián

Domingo, 23 de enero 2022, 07:42

Con 117 habitantes, Orexa es el municipio más pequeño de Gipuzkoa. No siempre ha sido así. Algunos años ha sido aún más pequeño. En 1960 contaba con 198 vecinos y desde entonces su población fue menguando paulatinamente hasta llegar a las 77 almas de 1990. ... Durante esa década la localidad de Tolosaldea no creció. El pueblo parecía condenado a sufrir una lenta decadencia hasta quedar convertido en un reducto de gente mayor y algunos jóvenes con ganas de cambiar de vida y buscar oportunidades en otros lugares. Pero eso no fue lo que ocurrió.

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Con el cambio de siglo, la población de Orexa comenzó una lenta recuperación que no se plasmó hasta 2006, cuando nacieron en el pueblo cuatro niños, una cifra que solo se ha repetido en otras dos ocasiones desde 1996. El número de vecinos pasó de 96 a 115. En 2017 ya eran 127. El 7 de marzo de ese año vino al mundo Izei, el último niño que ha nacido en Orexa.

El microbús llega a Errebote Plaza, el centro del pequeño núcleo urbano, en el que destacan el ayuntamiento, el frontón, el ostatu y la estatua de Orixe. De él bajan cuatro niños que vuelven del colegio y pronto se dispersan por las calles. Normalmente suelen ser unos diez, pero hoy se han quedado algunos en Lizartza para dar clases de inglés. «Hubo años en los que el autobús iba lleno con veinte niños, pero eso se ha acabado», dice Enara, la madre de Izei. Ella tiene otros dos hijos. «Hay varias parejas que tienen tres», explica.

«¿Dónde está Izei?». «En el bar», responde su madre. El ostatu es el centro de reunión del vecindario. De él entran y salen los niños como si fuera su casa, como hace años, cuando las puertas de los caseríos estaban abiertas para los más pequeños del pueblo, que salían con pastas o caramelos en las manos. «Izei va por libre», afirma Enara. «Al principio se notaba que era el más pequeño, pero es muy salado y engancha con la gente. Con lo del covid no ha tenido mucha suerte, nos hemos perdido lo de entrar en los caseríos e ir adonde las personas mayores de visita».

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Los 127 vecinos de 2017 han quedado reducidos a los 117 actuales, una cantidad que se mantiene estable desde 2020. Pese a que pueda parecer lo contrario, Orexa no es un municipio demográficamente envejecido. «Un tercio de la población es menor de 25 años», explica Eneko Maioz, alcalde de la localidad.

«Este es un pueblo vivo»

Maioz habla sentado ante una mesa del ostatu, donde varios comensales apuran su sobremesa. Los fines de semana el bar y su terraza con vistas se llenan de gente que desplazan a los orexarras. En el establecimiento hay una pequeña tienda con productos de la cooperativa Oihan Txiki, fundada por un grupo de orexarras. En la ganbara del edificio hay un espacio donde juegan los niños los días de mal tiempo.

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Habrá pocos pero no paran. Los que hace un rato estaban en el ostatu aparecen de pronto en el frontón y vuelven a desaparecer para dejarse ver en cualquier otro lugar. «Este es un pueblo vivo. Es un sitio muy bueno para criar niños, tienen total libertad para hacer cualquier cosa y entrar en las casas. Entre ellos se protegen unos a otros, están muy unidos. Son hijos compartidos por todo el pueblo», recalca Maioz.

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La falta de nacimientos en los últimos años no es algo que le inquiete especialmente al alcalde. «Las generaciones vienen a saltos. Ahora hay muchos jóvenes, pero todos tenemos asumido que ahora tocan unos años de sequía». Lo que le preocupa es lograr que esos jóvenes, los que ahora rondan los quince años, no acaben abandonando el municipio cuando tengan que tomar una decisión sobre su futuro. Orexa es un pueblo que lucha por mantenerse a flote.

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En 2007 el Ayuntamiento construyó doce viviendas que no tardaron en verse ocupadas por una generación joven. Con su estrategia Orexa bizirik, los gestores locales pretenden facilitar que se hagan nuevos pisos y arreglar los caseríos para que puedan entrar en ellos nuevas familias. «También intentamos trabajar en temas de energía renovable. La mitad de la que necesitamos la generamos nosotros. Hay diez familias que pagan cinco veces menos que una factura normal. El objetivo es que los que han nacido aquí se queden. Intentamos que se sientan orgullosos del lugar en el que viven. Tienen que ver que estamos haciendo cosas, eso es clave para que la gente se quiera quedar aquí», dice el alcalde.

Izei y su amigo Adur han regresado al ostatu. «Tenemos mimados a todos los niños, pero a Izei al que más», afirma Arantzazu, que está tomando un café con José, su marido, y dos amigas, una de ellas la abuela de Adur. «Somos como los abuelos de todos los niños. Cada vez que nace uno en el pueblo es una alegría. Entran en todas las casas. En verano están todas las puertas abiertas y les damos caramelos o lo que sea. Ellos ya saben quién tiene o no».

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Arantzazu es de Orexa, pero ha vivido 38 años en Urretxu. Cuando su marido se jubiló, el matrimonio regresó con sus dos hijos, que también viven en el pueblo. «Cuando viene el autobús con los niños da cosa. Los niños no quieren ir abajo para nada. Aquí se sienten libres» afirma. Ahora que llevan algunos años sin nacer, lo que se necesita es poner fin a la sequía. «Para tener niños hace falta atraer jóvenes», sentencia la mujer. Poco después, Izei y Adur posan con ellos para la foto. Están contentos con los mayores. En su salsa. Se conocen de toda la vida.

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