¡Cuánto prometía la segunda parte! Con un buen bocadillo bien regado entre pecho y espalda y el gol de Willian José en el minuto 47, el Reale Arena despertaba de la pesadilla de la primera parte. Además, toda la artillería pesada estaba en ... el campo. El brasileño parecía haber salido a comerse el césped para redimirse del improcedente gesto efectuado el domingo en Vigo al ser sustituido. Coincidiría 45 minutos sobre el césped con Isak, activo en el primer periodo, siempre con sensación de peligro, y con ganas igualmente de reivindicarse el día en el que Imanol le concedió la titularidad. Con el 1-2 y los dos delanteros batiéndose el cobre arriba, la cosa prometía. A Odegaard, Oyarzabal y Merino se sumaba además Portu para nutrir a los dos puntas de toda clase de balones. Pero nada. La prometedora concentración de talento arriba no surtió efecto.
Y eso que Willian José marcó gol en el primer balón que tocaba. Cazó de espaldas un centro por la izquierda de Oyarzabal y con un giro total de cuerpo enchufó un contundente derechazo a las redes. Entre que salía del banquillo -teóricamente enfadado- y convertía en éxito su primera acción, el partido se le ponía de cara. Pero fue siete minutos más tarde, precisamente a raíz de una falta suya, en la que proteger el balón con los brazos le costó una amarilla -Melero López se inventó un codazo-, cuando el Levante consiguió apagar la chispa que empezaba a arder. Empezó a perder tiempo en cada falta -con permiso del colegiado- y rompió el ritmo a la Real Sociedad.
Willian José fue de más a menos y no aprovechó la inercia de su gran irrupción en el campo. Se fue diluyendo y no encontró ocasiones. En la más clara, en el minuto 69, remató de cabeza por encima del larguero dentro del área pequeña, aunque escorado al lado derecho, un buen centro proveniente de la banda izquierda.
Isak, peor con Willian
Para entonces, su colega y competidor a su vez, Alexander Isak, había perdido peso en el ataque realista. Como si se hubiera visto intimidado por la entrada del brasileño, dejó de entrar en juego. Dejó de ser un dolor de cabeza para la defensa levantina. Hasta pareció que fue la rabia interna que sufría la que provocó que su único disparo con peligro, en el minuto 75, se fuera por encima del travesaño. Se encontró un balón suelto en la frontal del área y no se lo pensó. Golpeó con la derecha y el balón, por centímetros, se fue arriba. Fue una manera de decir, ¡aquí estoy! Pero empezaba ya a desesperarse.
Los dos delanteros no coincidían en el terreno de juego desde la media hora final en el Pizjuán. También entonces a la desesperada. Y habían jugado juntos veinte minutos en Mestalla. Ayer tenían una ocasión para hacer cambiar de idea a Imanol. Para acreditar que pueden y deben jugar uno al lado de otro. Que el equipo crea más peligro así. Pero no funcionó. Ninguno de los dos se sintió cómodo con el esquema de dos delanteros centros. Tampoco sus compañeros encontraron más soluciones arriba que cuando solo uno de ellos se adueña de la posición de punta. Era el contexto para probarlo y la probatura no pudo tener mejor arranque. Pero no funcionó.
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