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No habrá final de Copa. La Real ganó 3-4 en el Bernabéu, igualó la semifinal y la envió a la prórroga, donde un cabezazo ... de Rudiger a la salida de un córner clasificó al Real Madrid (4-4). La Real fue valiente, ambiciosa y tuvo altura. Intimidó al campeón de Europa y le obligó a llegar hasta el final en la explotación de sus recursos, pero en el límite extremo los blancos encontraron un último as para llegar al partido definitivo, que le enfrentará el 26 de abril al ganador del Atlético de Madrid- Barcelona, que se miden este miércoles tras el 4-4 de la ida.
La Real entró bien en el partido y se puso por delante con el gol de Barrenetxea a los 16 minutos. El duelo transcurría por los senderos de lo ortodoxo, con los dos equipos tomándose las distancias y calculando los tiempos. El Madrid tardó 13 minutos en responder, por medio de Endrick, especialista en la Copa. El brasileño, que ya marcó en Anoeta, devolvía la ventaja a los blancos en la eliminatora antes de la media hora.
Nadie se llevó ninguna sorpresa. El Madrid, con esa distancia con la que a veces parece que afronta los partidos, confiado en su artillería técnica y física, amenazante; la Real, escribiendo el guion, jugando a lo suyo, muy consciente de que no debía permitir correr a los blancos. Se llegó al descanso con un empate a uno que dejaba las cosas como estaban, para el desenlace en el segundo tiempo.
Lo que nadie se imaginaba es lo que vino después.
Un segundo tiempo entre dos equipos arrogantes, seguros de su victoria mucho más allá de lo razonable. Tras la muy valiente acción de Marín para el 1-2 en el minuto 72, Oyarzabal hizo el 1-3 en el 80 y el Madrid ofreció una respuesta paradigmática de este equipo cuando juega en casa y va perdiendo. Sobre todo, cuando el partido es por la noche. Y cuando es europeo. Se cumplían las dos condiciones, porque la Real es un equipo europeo desde hace mucho tiempo. Los blancos recetaron a los txuri-urdin la misma medicina que a lo largo de la historia han dispensado en la Copa de Europa a gigantes como el Bayern de Múnich, el Manchester City o el PSG. Bellingham marcó el 2-3 en el 82 y Tchouameni hizo como si nada el 3-3 en el 86. Eliminatoria liquidada, lo de toda la vida en la casa blanca.
Pero aquello estaba muy lejos de terminar. Del asunto se ocupó uno que del miedo escénico no ha oído hablar en su vida. Cabezazo de Mikel Oyarzabal en el 93 para ganar un partido alucinante, casi irreal, y llevar la semifinal a la prórroga. Chamartín, campo entendido, se refugió en el silencio. Un silencio que se entendió a la primera, explícito. Miedo.
Ancelotti se tragó el último chicle.
La prórroga se abrió como una incógnita del tamaño del Bernabéu, porque ya no quedaba nadie que no supiera que allí podía pasar cualquier cosa. Consumidos por la tensión los dos equipos, el Madrid intentó solucionar el embrollo nada más salir, pero al no conseguirlo los contendientes se volvieron a tomar las medidas. A eso dedicaron la primera mitad del tiempo extra.
La agonía era evidente en los dos bandos. Los entrenadores trataban de oxigenar con los cambios. Ancelotti parecía hacerlos al tun tun, a falta de mejores opciones; Imanol, para aliviar el agotamiento de los suyos. Se jugaba en precario, tanto que el técnico de la Real retiró a su mejor jugador, mejor tirador de penaltis, capitán, primera figura y líder carismático: quitó a Oyarzabal y metió a Mariezkurrena. También desfiló Kubo, por Óskarsson.
La eliminatoria se iba a decidir a balón parado, en una jugada que puede hacer cualquier equipo pero que siempre la hace el Madrid. Como tantas veces, los blancos salieron del atolladero en un córner. Rudiger cazó el balón que daba el billete a la final. El alemán se deshizo de la marca de Aritz Elustondo y batió de un cabezazo cruzado a Remiro. El empate a cuatro lleva al Madrid a Sevilla y manda a la Real de vuelta a casa tras una aventura impecable y un último acto magnífico.
A Imanol no le gusta hablar de orgullo, porque sabe que es sinónimo de derrota.
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