El sueño pendiente
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Alcanzar una final después de 32 años es el mayor estímulo que pueden tener los realistas en AnduvaLlegar a una final es algo extraordinario en un club como la Real. Tanto, que hace 32 años que no ocurre. Recuerdo como si fuera ayer aquel 0-4 en el Bernabéu de 1988, con Gipuzkoa entera pegada al televisor. El primer gol de Gorriz ... de córner, el 0-2 de Bakero, el tercero de Begiristain que llegó tan seguido del segundo que todos pensábamos que era la repetición del anterior... El partido no había terminado y la Peña Anastasio ya había llenado tres autobuses para la final. En casa se me ocurrió preguntar si me dejaban ir -había que aprovechar el momento de euforia- y rápidamente me bajaron de la nube: «¿Con 14 años a Madrid? Ni loco». Tardé tiempo en asumir que aquella decisión tenía su punto de sensatez.
Cuando escucho decir a los jóvenes que ellos quieren vivir su final, creo que este deseo abarca también a otra generación anterior que hemos tenido la fortuna de disfrutar de la Real campeona pero cuyos momentos de la verdad nos pillaron lejos. Era frustrante ir a Atocha desde muy pequeño cada quince días y quedarte en casa el día del Molinón, la Romareda o el Bernabéu. Tanto que ese sueño de ver proclamarse campeón a la Real en directo sigue pendiente. En realidad, estuve presente el día de la Supercopa contra el Madrid en 1982, pero aquello no se puede comparar con ganar una Liga o una Copa. Nos fuimos contentos a casa y ya está. Sin más. No se colapsó la Avenida como el día de Gijón con los coches haciendo sonar sus bocinas ni hubo recibimiento multitudinario en Alderdi Eder. Ni paseo en autobús por la ciudad.
De todo aquello ha pasado ya mucho tiempo y la ausencia de títulos no ha rebajado un ápice la pasión por nuestros colores. Porque lo que nos define como realzales es compartir un origen común y ese sentido especial de pertenencia que para un donostiarra y guipuzcoano tiene la Real Sociedad. Un nexo de unión que vertebra el territorio en torno a un mismo sentimiento.
Hemos llorado amargamente en Balaídos en 2003 cuando se nos escapó aquella Liga y en Mestalla en 2007 con el descenso, pero tengo la sensación de que las sonrisas han sido infinitamente superiores a las lágrimas. Jugar una final o ganar un título no nos cambiará la vida. Al final es un trofeo que acabará en la vitrina de uno u otro club. Pero me intriga, y es lo verdaderamente emocionante de todo esto, la posibilidad de compartir ese mismo sentimiento en su máxima intensidad lejos de Gipuzkoa con otras miles de personas de todo tipo de edad, sexo y condición a la que nos determinan nuestros colores. Un fenómeno sociológico que pocas cosas más que el fútbol provocan. De ahí su grandeza.
En esta identificación con el club siempre he pensado que tiene mucho que ver que nuestros héroes sean de carne y hueso. Ayer y hoy. Algo que en otros sitios no ocurre. Por eso también la Real es tan especial, porque te ves reflejado en ellos y sabes que podías haber estado ahí de albergar ese talento balompédico que la naturaleza te ha negado.
De pequeño soñabas con ello porque tus ídolos estaban ahí. Cruzarte con Arconada por el barrio y que te firmara el balón. Tener una foto dedicada por Celayeta porque el aita trabajaba en Bera y le conocía. Ir a comprar las zapatillas a Robers porque habías visto allí a López Ufarte y Kortabarria. Salir del cole y pedirle un autógrafo a Ormaetxea, que vivía enfrente.
Escuché a alguien decir que la juventud acaba cuando eres mayor que los jugadores de tu equipo. Y es verdad. Entonces se pierde esa devoción casi mística de la niñez por ellos, pero aumenta el respeto hacia quienes visten esa camiseta porque sabes quienes lo hicieron antes. Los Oyarzabal, Zubeldia, Aritz, Zaldua, Merino, Odegaard, Monreal, Isak, Remiro y compañía son los López Ufarte, Alonso, Gorriz, Celayeta, Diego, Zamora, Olaizola, Satrústegui, Arconada y demás. Y eso, más que una presión, debe ser un orgullo y un aliciente. Porque saben que, pase lo que pase, les vamos a querer igual. Goazen Reala!
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