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Yo también pertenezco a esa generación perdida que no ha visto a la Real llegar a una final. De hecho, mis recuerdos de la Copa no pueden ser más negativos. Logroñés, Beasain, Hospitalet, el propio Mirandés o el Lleida se han encargado de que acabara ... detestando una competición que siempre se presentaba a principios de temporada como la vía más fácil para volver a conquistar un título. Año tras año se había convertido en una ilusión efímera que acababa por transformarse en fiasco. Desde aquella bochornosa eliminación en 2012 en Mallorca esta sensación no hizo más que acrecentarse.
Por eso, que la Real haya logrado su pase a la final contra un equipo de categoría inferior ha supuesto un desafío a su historia más reciente. La Copa le ha vuelto a poner a sus viejos fantasmas frente a frente en la ronda más delicada y el equipo txuri-urdin ha sabido resolver con la autoridad que adoleció no hace mucho tiempo. Toda la atmósfera que ha rodeado la eliminatoria ante el Mirandés ha hecho que golear al Real Madrid en el Santiago Bernabéu pareciera más sencillo. Ya sabemos cómo funciona nuestra Real.
Pero esa Real a la que le acogota el favoritismo quedó enterrada en Anduva. Cementerio de equipos de Primera División (Villarreal, Racing, Espanyol, Sevilla o Celta), esta vez el campo de Miranda de Ebro ha servido para confirmar la resurrección de la Real en la Copa y devolverle a otra final más de treinta años después.
El cuadro guipuzcoano no jugó como los ángeles en la localidad burgalesa. Tampoco le hacía falta. Le bastaba con sobrevivir en uno de esos estadios que en tiempos no muy lejanos hubiera sucumbido. Pese a la inexperiencia de la plantilla, los futbolistas pudieron controlar los inevitables nervios y supieron torear a la presión. Realmente ha sido más angustiosa la espera entre el partido de ida y la vuelta, de casi un mes, que los noventa minutos del decisivo encuentro de Anduva.
La Real lo resolvió rápido. No dudó y tomó en serio a su oponente. Si algo no se le puede discutir a este equipo es que nunca ha mirado a ninguno de sus rivales por encima del hombro. Empezando por el modestísimo Becerril y terminando con el Mirandés. Bien haría ahora en Sevilla en no creerse mejor que el otro finalista.
Lo mejor que tiene este equipo es su juventud. Los jugadores saltan al campo sin los lastres del pasado, desmemoriados de los episodios más vergonzantes del club. No han conocido los momentos de mayor gloria, pero tampoco han sufrido de forma consciente los más amargos en el torneo del KO. Imanol Alguacil tiene a su disposición una generación preparada para salir campeona. Que rebosa frescura por los cuatro costados. Pocos equipos transmiten lo que esta Real. Esa ambición e inconformismo que ha contagiado el técnico oriotarra a sus hombres les ha plantado en la final de Copa y les mantiene con las aspiraciones intactas para competir en Europa la temporada que viene. Sólo un paso más, Real.
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