Cómo bailar la pérdida de un hijo
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Dentro de esa variedad de formatos, estilos y naturalezas de las películas de que hace gala Zabaltegi-Tabakalera, uno puede encontrarse con un fantasma todo sutilidad y sensibilidad, en 'Les enfants de Isadora', o con unas zombies de brocha gorda, las de 'Atlantique'.
El francés ... Damien Manivel es un tipo singular. Hace dos años vimos en Zabaltegi una película que dirigió con el japonés Kohei Igarashi, 'La nuit ou j'ai nagé', casi sin palabras y prácticamente sin personajes. Solo aquel niño que un día nevado abandonaba su hogar y al que seguíamos durante su inocente recorrido entre la nieve, del que nadie parecía darse cuenta.
Resulta que Manivel fue bailarín, y en 'Les enfants d'Isadora', cuya dirección premiaron en Locarno, aúna su pasión por el baile con lo que de momento parece ser su universo cinematográfico: personas solas buscando algo, fotografía pulcra, cine sin prisas, historias mínimas pero con estimulantes trasfondos.
La Isadora del título, la Isadora cuyo fantasma sobrevuela toda la película, no es otra que la gran bailarina Isadora Duncan. En 1913, en pleno éxito internacional, sus dos hijos murieron en un automóvil que cayó al Sena. Ella nunca se recuperó de aquel golpe, que trató de conjurar creando un solo coreográfico, 'Mother', sobre música de Scriabin.
'Les enfants d'Isadora' es la evocación de aquella tragedia y de aquella coreografía sobre la maternidad truncada y la aceptación no sin dolor de la muerte, a través de varias intérpretes. En la primera parte es una joven bailarina de aire hermético, Agathe Bonitzer, quien lee fragmentos de la autobiografía de Isadora y en un estudio vacío y blanco trata de aprender los movimientos de 'Mother', acaso partiendo de su propio dolor o su propia soledad. En la segunda parte, quizás la más superficial, son una coreógrafa (Marika Rizzi) y una chavala con síndrome de Down quienes se acercan a la coreografía. Una tercera parte la protagoniza una mujer mayor que asiste llorosa a su espectáculo, y a la que acompañaremos en su fatigoso regreso de noche a casa, con bastón, torpe, taciturna, hasta que…
El cine de Damien Manivel no es de súbitos arrebatos sino que cala poco a poco. El espectador puede dejarse llevar por la triple aproximación a una danza, cada vez menos desde la técnica y más desde el sentimiento, o incluso aburrirse a ratos. Pero de pronto, en la escena final o en otros momentos de esta limpia, delicada y hermosa propuesta, descubrirse sintiendo un pinchazo de emoción que viene de lo más profundo.
Tiene 'Atlantique', primer largo como realizadora de la actriz franco-senegalesa Mati Diop, una buena idea, equiparar a los emigrantes que se alejan de África con zombies, pues fantasmas o muertos vivientes son para las mujeres que sufren su ausencia. Pena que Diop rodee esa feliz, arriesgada y poética idea con las idas y venidas de la protagonista, cuyo amor se fue en patera sin avisar y acaso haya vuelto para boicotear su boda, y con una trama policial intragable con un inspector investigando la quema de la cama matrimonial. La narrativa de 'Atlantique' es torpe, las interpretaciones, flojas, y la realización, manifiestamente mejorable, con lo que el espectador del exótico batiburrillo debe esforzarse en apartar todo lo ridículo y confuso para extraer su lírica social, que la hay.
Eso sí, Cannes no podía desaprovechar tener a la primera mujer africana en competición y le puso entre las manos el Gran Premio del Jurado, que le viene grande, tan pronto, con tanto por limar y aprender.
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