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Han sido casi tres meses de tensión, de sufrimiento, de momentos difíciles en los que la esperanza era lo único que no se perdía. La que tenía la familia Ibar-Quiñones por demostrar que Pablo no cometió los tres crímenes que se le imputaban ... parecía imposible de romper. Pero esta ilusión quedó hecha trizas el sábado en el mismo instante en el que escucharon la palabra 'guilty', 'culpable'. En el tiempo que ha durado el proceso, desde aquel 1 de octubre en que comenzó la selección del jurado hasta el 26 de noviembre cuando arrancó la vista con los informes preliminares de la Fiscalía y la defensa, el padre de Ibar, la madre de Tanya, los hermano de Pablo, cuñados, cuñadas, amigos.... han sido una piña. Y Seguro que lo seguirán siendo en el nuevo proceso que ahora se abre.
Las más de veinte sesiones de vista oral celebradas, unidas a las de la tensa espera en los pasillos de los juzgados de Broward Coutyn mientras el jurado deliberaba, habrían sido capaces de destrozar a cualquiera. El dolor, el sufrimiento, la desesperación... habrían hecho trizas a miles de familias, pero no lo han conseguido con esta. Sacaban fuerzas de donde podían, de donde no las había.
Tanya vive a 170 kilómetros de Fort Lauderdale, en Port Sanlucy, con su madre Alvin. Cándido reside con su hijo Michael en Salt West, en el oeste de Miami, e invertía dos horas en llegar de casa al juzgado. «Todo dependía de la intensidad de tráfico que ese día encontrase», dice. Casi siempre era el primero en presentarse en la Corte. Entre pasillos aguarda la llegada de los restantes miembros de su clan. Se cruzaban los buenos días, los besos de rigor y les informaba de las posibles novedades de las que pudiera haberse enterado en el rato que llevaba allí, antes de la reanudación de la sesión.
Pero al mismo tiempo, Cándido ha hecho las veces de anfitrión ante los medios de comunicación que decidieron desplazarse para cubrir el juicio. Saludaba a los periodistas vascos con 'egun on', resaltando el acento en la 'u'. Pese a que reside desde joven fuera de Euskadi, todavía se expresa mejor en euskera que en castellano o inglés. Con su característica socarronería, tiene una frase para cada uno. «¿Tú todavía no me has entrevistado, no?», le dice a uno. O regaña a otro: «Hoy has venido tarde y ya te has perdido una noticia. Ha habido un problema con uno del jurado», le espeta.
«Pero si solo pasan tres minutos de las nueve de la mañana y la vista aun no ha empezado», se justificaba el reportero. «Es igual, no estabas cuando ha surgido el problema», replicaba Cándido.
Cándido y Mimi, cuñada de Pablo, han sido los dos únicos miembros de la familia que no han faltado un solo día al juicio. Estuvieron ya representes cuando el 1 de octubre del pasado año comenzó la fase de selección de los miembros del jurado y ya no han fallado. Han escuchado las declaraciones de todos los testigos y peritos que desde el primero de diciembre han desfilado ante el juez Bailey. Y ahí continuaron a pie de cañón hasta el mismo instante del veredicto. «Podemos estar más o menos cansados, pero tenemos un objetivo, tenemos que llegar a una meta y hasta que no lleguemos, no podemos desfallecer, hemos de continuar. Cansados, sí, unos días más que otros, pero aguantaremos. Los Urtain tenemos mucha fuerza y no se nos vence fácilmente», decía Cándido la víspera de conocer el resultado fatal.
La familia ha mostrado estos dos días una unidad que les hace todavía más fuertes y que seguro les hará sobrellevar el camino que ahora les toca emprender. Siempre han estado juntos, todos hablaban con todos. Lo hacían en inglés, aún cuando varios de ellos, como Alvin, la madre de Tanya o Cándido, sepan expresarse en español. Sorprendía que Michael, el hermano de Pablo, llamase 'aita' a su padre. «Siempre lo he hecho, para mí siempre ha sido 'aita' y no 'papá'», decía en un castellano con marcado acento latino. Franck Ibar, hermanastro de Michael, uno de los dos hijos del segundo matrimonio de Cándido con Paula A. Ibar, sin embargo, no habla la lengua de Cervantes y a su padre le llama 'Dad'. También Pablo se refiere a 'aita' cuando habla con alguno de sus hermanos.
Entre todos ellos no ha habido una mala mirada, una voz más alta que otra. Todos se respetan. La unión hace la fuerza y en estos momentos de crisis ellos siguen estando más unidos que nunca. Y si Cándido se erige como patriarca de los Ibar y ejerce como tal, en la familia Quiñones la que ha llevado la voz cantante ha sido Mimi, la hermana de Tanya.
Es la que ha mantenido y mantiene el contacto con los abogados, informa a los restantes miembros de su familia de las novedades que se producen y permanece al tanto de todo lo que acontece. Lleva en el bolso un cuaderno en el que apunta cualquier incidente que se registra dentro de la sala. «En este cuaderno apunto todo lo que me parece interesante del juicio, desde algunas reacciones de los jurados de cosas que voy observando y lo que declaran unos y otros. Tengo dibujada hasta la camiseta que se halló en casa de Suscharsky y que dicen es la que Pablo llevaba y luego la arrojó a un jardín. Es como mi cuaderno de bitácora en este proceso», relata.
Pero Mimi es mucho más. Es ella la que se ha ocupado de estar pendiente de su madre de 70 años, que en estos momentos críticos ha querido estar al lado de su hija, a la vez que atendiendo, siempre con una sonrisa, cualquier requerimiento de los periodistas. En su perfecto inglés o en su particular manera de hablar castellano es la que resuelve todas las dudas.
Además, a esta mujer, pieza indispensable en la maquinaria familiar, le ha correspondido realizar otras muchas labores de intendencia. Ha sido, por ejemplo, ella la que ha elegido los cuatro trajes que tiene Pablo y los utiliza para acudir al juzgado. «Le compré dos azules y dos grises y él se pone el que desea en cada ocasión. Son prendas discretas, serias», explica.
Es más que evidente que entre su cuñado y él hay conexión. En cuanto entraba en la sala de vistas sus ojos y los de Pablo enseguida se encontraban. Es posible que tuvieran algún lenguaje que les permitiera comunicarse. Si lo tenían, necesariamente había de ser mediante signos que no se percibieran, porque tanto al preso como a los miembros de la familia se les ha prohibido terminantemente abrazarse o darse la mano entre ellos. Es que ni siquiera podían dirigirse signos. «Es más, no podíamos ni mirarle fijamente. Yo lo solía hacer con el rabillo del ojo para que los alguaciles no me llamasen la atención o me expulsasen de la sala. Pablo tampoco puede dirigirse a nosotros. Con los únicos con los que pude hablar es con sus abogados», explica Cándido.
A lo largo del juicio, Pablo ha estado sometido a un férreo control por parte de dos y a veces tres agentes de la autoridad presentes en la sala. Todas las mañanas era conducido desde la cárcel de Broward County hasta la sala de vistas. La prisión se encuentra en un complejo anexo al palacio de justicia estadounidense. Por lo tanto, para el traslado no necesitaba vehículo alguno. Junto a sus guardianes, recorría a pie los pasadizos que comunican uno y otro edificio. Algunas veces hacía el camino acompañado de otros presos que habían de responder a imputaciones que pesaban sobre ellos. Lo hacía siempre con los grilletes puestos y sujeto a una cadena que le rodea la cintura. Los pies los llevaba también unidos con otra cadena.
La defensa solicitó en su momento que el jurado no viera a Pablo como si de un esclavo se tratase, de ahí que o bien momentos antes de entrar a la dependencia donde se celebraba el juicio o nada más acceder a la misma, antes de la llegada de los miembros del tribunal popular, un agente de la oficina del Sheriff le retirara las ataduras.
Pablo Ibar no regresaba a su celda hasta que finalizaba la sesión ni cuando el juez interrumpía la vista para comer. En esos momentos Ibar era traslado a un módulo-celda que hay al lado de donde tiene lugar el juicio. Allí le llevaban el rancho. Luego regresaba a la sala. Esto es lo que lleva haciendo desde el pasado 1 de octubre hasta el pasado sábado.
El próximo viaje lo tendrá que hacer el 4 de febrero, el día en el que su abogado Benjamin Waxman pedirá la cadena perpetua en contra de la pena de muerte que el fiscal demanda tras el veredicto de culpabilidad por los tres asesinatos en primer grado cometidos.
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